Fracaso ganadero sin paliativos: El Parralejo se estrella en Madrid

La ganadería de El Parralejo pasó por el juicio de la plaza más exigente del mundo y salió condenada, sin atenuantes ni redención posible. Una corrida plana, toros que no sirvieron.


Toros
Manolo Briones

San Isidro es el escenario soñado, pero también el tribunal más severo. En el ruedo de Las Ventas no se admite la mediocridad. Y este domingo, la ganadería de El Parralejo pasó por el juicio de la plaza más exigente del mundo y salió condenada, sin atenuantes ni redención posible. Una corrida plana, toros que no sirvieron.

La tarde arrancó con “Levítico”, nº 7, de 567 kilos, un toro que de salida no puso en duda su condición. Sin celo, sin ritmo, sin motor. Miguel Ángel Perera, con oficio y medida sobriedad, lo saludó con un capote sin brillo, consciente desde el principio de que no habría mucho que rascar. En el caballo no empujó; en la muleta, dobló las manos, escarbó y se movió sin clase ni recorrido. Perera trató de tocar ambos pitones, pero fue imposible construir una faena. Mató de estocada defectuosa. Silencio.

El segundo del festejo fue para Fernando Adrián, que quiso levantar la tarde desde su inicio. “Actor”, de 526 kilos, fue recibido de rodillas con el capote. Actitud y verdad en cada lance. Ya con la muleta, comenzó por alto, con firmeza, y se adornó con un cambiado por la espalda que caló en los tendidos. Adrián lo tuvo todo claro, pero el toro no. Salió suelto, con la cara alta, sin entrega. Le costaba repetir, y cuando lo hacía, lo hacía sin humillar. En esa situación, cualquier muletazo limpio tiene el doble de valor. El torero supo tapar los defectos, aprovechó lo poco que hubo por ambos pitones y construyó una labor seria, auténtica, con pasajes templados, sin efectismos ni atajos. El pase en redondo, ligado, rotundo, era la firma de lo que pudo haber sido una faena mayor, pero el toro, al final, perdió las manos en el remate. La estocada, tendida pero eficaz, le valió una ovación que saludó desde el tercio.

El tercero en discordia fue Tomás Rufo, con “Anhelomio”, de 570 kilos. Otro ejemplar que dejó claro pronto su condición: toro suelto, con la cara arriba, sin ritmo y con genio más que con casta. Rufo estuvo por encima desde el primer momento, buscándole las vueltas, tocándole con inteligencia, pero aquello no tenía fondo. Faltaba duración y entrega. Cuando el toro no quiere, sólo queda la voluntad. Y Rufo la puso. Pero la espada, esta vez, no fue aliada, y tras una faena voluntariosa, se retiró en silencio.

El cuarto, “Bichino”, de 598 kilos, volvió a tocarle a Perera. Fue el más serio de salida, pero también el más deslucido. Embestidas descompuestas, sin humillar, sin ritmo. Ni un solo muletazo limpio. Un muro de imposibilidad. El torero extremeño lo intentó, pero ya no había más tela que cortar. Otra vez, estocada defectuosa. Otra vez, silencio.

Con el quinto, Fernando Adrián volvió a tomar el mando de la tarde. “Juguete”, de 582 kilos, fue otro toro cambiante, protestón, de esos que no se definen nunca. Pero Fernando no se vino abajo: empezó de rodillas con la muleta, jugándose la voltereta desde el primer muletazo. Faena de fondo, de inteligencia, con muletazos que nacían en la incertidumbre y se templaban en la verdad. Aguantó parones, corrigió trayectorias, y volvió a mostrarse como un torero que entiende el momento y la exigencia. Si con el segundo dejó huella, aquí confirmó que no fue casualidad.

Cerró la tarde Tomás Rufo con “Gestor”, de 578 kilos. Salió con disposición, arrodillado, decidido a dejar su firma. Y por momentos, pareció que lo lograría. El toro fue el más exigente del encierro, pero también el que ofreció un mínimo de posibilidad. Rufo, con poder y temple, ligó una buena serie por el derecho, mandona, rematada, auténtica. Siguió por ese camino, construyendo una faena que no fue rotunda, pero sí muy por encima de su oponente. Entró a matar con fe y dejó una estocada certera. Hubo petición mayoritaria de oreja, pero el palco, esta vez, no concedió. Palmas tras aviso.

Un encierro para el olvido

Lo de El Parralejo fue una tarde para revisar desde la raíz. Seis toros sin casta ni transmisión. Ni uno que se empleara en el caballo. Ni uno que embistiera con claridad por abajo. Ni uno que durara. El problema no fue que fueran complicados —algo siempre entendible en una plaza como Madrid—, sino que fueron inservibles: animales sin opciones, sin fuerza, sin clase.

La terna, a su modo, cumplió. Perera, con profesionalidad y temple; Fernando Adrián, con actitud, planteamiento y madurez; Rufo, con poder y entrega. Ninguno pudo salir a hombros, pero ninguno defraudó. Salvaron, como pudieron, una tarde que fue un suplicio para el aficionado y una losa para el ganadero.

Porque cuando el encierro completo falla, cuando la esperanza de cada lidia se desvanece apenas suena el clarín, no hay lidia posible que sostenga el espectáculo. El fracaso de El Parralejo fue completo y evidente. Una tarde que deja tocado su nombre en Madrid, una plaza que no perdona. En San Isidro, lo que no emociona, no sirve. Y esta tarde, los toros no emocionaron.

Plaza de Toros de Las Ventas (Madrid)
Vigesimoprimer festejo de la Feria de San Isidro 2025
Domingo 1 de junio
Lleno de ‘No hay billetes’

Toros de El Parralejo, bien presentados pero deslucidos en conjunto. Corrida sin fondo, sin entrega ni transmisión. Destacó levemente el 6º por su mayor exigencia.