Ginés Marín e Isaac Fonseca, dos estilos, un triunfo

Salen a hombros en la sexta corrida del Serial Taurino de Aguascalientes



Foto: Mario Briones

Hay tardes en las que el toreo se desborda en inspiración, donde la muleta dibuja trazos de arte puro, pero el acero falla y todo se desvanece en un silencio. Son esas faenas que se pierden sin trofeos, que aunque no son condenadas al olvido, sí cargan con el peso amargo de la ocasión desperdiciada. Hoy, en la sexta corrida del Serial Taurino en la Monumental de Aguascalientes, vivimos exactamente lo contrario: espadas efectivas ante toros que ofrecieron poco.

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Isaac Fonseca salió a hombros con tres orejas, y nadie se las discute, porque puso el alma y el cuerpo. La contundencia con la espada fue el eje de su triunfo. La faena al quinto, por ejemplo, fue buena, sí, y el toro —bravo, con transmisión y movilidad— lo permitió. Pero dos orejas es un premio que, en otra plaza y bajo otro juez, tal vez se habría quedado en una. No sorprende. El matador César Pastor, quien funge como Juez de Plaza durante el serial, ha establecido desde el primer día un criterio generoso, y lo ha sostenido. No por la espada, sino por las faenas.

Ese mismo rasero, sin embargo, hace que hoy se perciba la disparidad. Porque si a Ginés Marín le correspondió un toro de regalo, “Pichicuas” de La Punta —de nombre curioso pero de bravura y clase rotunda—, y si con él dibujó una faena redonda, honda, con ritmo, expresión y sentimiento, rubricada con un estoconazo fulminante… ¿no merecía el mismo trato? Si nos ceñimos a lo mostrado en el ruedo, ahí cabía perfectamente un rabo. Al menos, si hablamos de equidad en los criterios que han regido el serial. Y sin embargo, fueron solo dos orejas. El premio fue grande, pero no correspondió con la lógica del festejo.

Ginés Marín se topó con lo mejor del encierro y lo toreó con naturalidad, con un temple que parece innato. Antes había dejado también una gran estocada a un toro sin opciones, “Melchor”, saludando con fuerza.

En contraste, Alejandro Adame tuvo la tarde más cuesta arriba. Se esforzó, se fue a portagayola, firmó dosantinas de mérito, pero los toros no le acompañaron. Ni “Agradecido” ni “Mi Nieto” ofrecieron posibilidades, y aunque resolvió con firmeza, la tarde no fue suya. El público se lo reconoció en las palmas.

Volviendo al fondo de esta reflexión, lo que se hace con la espada debe importar. No solo por la eficacia, sino por lo que representa. En un tiempo donde tantas faenas quedan truncadas por pinchazos, valorar la estocada es también valorar la plenitud del toreo. Porque una estocada buena, rotunda, también emociona, también enardece al tendido, también es arte.

Por eso, la discusión no debe centrarse solo en si se concedieron orejas de más o de menos, sino en cómo el criterio debe asumir con seriedad todo el toreo, del primero al último tercio. Y si hoy hubo excesos, también los hubo en tardes pasadas, cuando otras grandes faenas se quedaron cortas de premio por el fallo en el último instante. La Suerte Suprema es, como su nombre lo indica, decisiva. Y debe valorarse como tal.

Hoy la fotografía fue la de Ginés Marín e Isaac Fonseca en hombros. Y está bien. Ambos triunfaron, uno por la clase, otro por la entrega. Pero si queremos exigir verdad en el ruedo, debemos también exigirla en el palco. Que el criterio no dependa del momento, ni de la euforia. Que sea firme, serio y justo. Porque el toreo lo merece. Porque el público también. Y porque matar bien es mucho más que un trámite.