Durante casi dos décadas, buscar en internet fue, sencillamente, “googlear”. Esa acción cotidiana -consultar una duda, buscar una receta, verificar un dato- no sólo consolidó a Google como sinónimo de búsqueda, sino que le otorgó una hegemonía en el mercado global que parecía imperturbable: más del 90% de participación durante años.
Pero esa hegemonía, aunque intacta en términos prácticos, ha dado señales de leve erosión. En marzo de 2025, la cuota global de Google cayó a 89.71%, según Statcounter. Es la primera vez desde 2015 que desciende por debajo de ese umbral simbólico.
¿Un punto porcentual basta para hablar de declive? Tal vez no. Pero en el terreno de la tecnología, los cambios minúsculos anticipan a menudo reconfiguraciones mayores. Lo que inquieta no es la cifra en sí, sino la dirección de la curva. El patrón es claro: algo se está desplazando.
Y lo que se desplaza no es sólo la cuota de mercado, sino la forma en que se entiende la búsqueda. Herramientas como ChatGPT, Grok o Perplexity no imitan el modelo de Google; lo rehacen desde la raíz. No ofrecen enlaces. Ofrecen respuestas. Con lenguaje natural, en forma de conversación, con una interfaz que simula comprensión. Para muchos usuarios, especialmente los más jóvenes, eso no sólo es novedoso. Es mejor.
La popularidad creciente de estas herramientas tiene una causa clara: la frustración. Un 71.5% de usuarios ha probado al menos una IA conversacional para buscar información, empujados por anuncios invasivos, páginas llenas de contenido manipulado para SEO, y la sensación de que Google ya no devuelve información, sino ruido optimizado. En ese contexto, la promesa de una respuesta directa -sin rodeos ni publicidad- se siente como alivio.
Sin embargo, Google sigue siendo dominante. Procesa 373 veces más búsquedas que ChatGPT. Y no está reaccionando con pasividad: ha integrado funciones como AI Overviews, intentando hibridar su modelo con respuestas generadas por inteligencia artificial. La amenaza es real, pero su respuesta también.
Aquí es donde aparece una capa más compleja. Hay quienes señalan que la hipótesis del “hundimiento de Google” podría funcionar como una narrativa interesada, promovida -explícitamente o no- por los actores que buscan sustituirlo. Alimentar la idea de que el gigante ha comenzado a caer puede tener menos de análisis y más de estrategia. En un ecosistema donde las percepciones crean realidades, insinuar que Google perdió su corona es también una manera de tallar el trono alternativo.
Y, sin embargo, el cambio existe. Las nuevas herramientas no son simplemente experimentos. Están alterando el comportamiento, las expectativas y la relación de millones con la información. En lugar de buscar, muchos ahora “preguntan”. En lugar de enlaces, esperan síntesis. El hábito se está transformando, y con él, el modelo mismo de la búsqueda digital.
El futuro no se definirá sólo por precisión técnica o velocidad de respuesta. Se jugará en el campo de la confianza, de la transparencia, de la experiencia de usuario. Y quizá también en el terreno narrativo: quién cuenta la historia de la decadencia, quién se posiciona como su relevo, quién convence a la audiencia de que el cambio ya empezó.
Porque tal vez la pregunta no es si Google se hunde. Tal vez la verdadera pregunta es: ¿quién quiere que lo creamos así? Y es que la filosofía en el mercado tecnológico es sólo una: no importa que exista un terreno para la competencia, lo verdaderamente relevante es quién tiene el monopolio… Es decir, quién domina a la humanidad.

La sociedad del algoritmo 


