Habemus Hominem

2, marzo 2023

FLOR YÁÑEZ

Umberto Eco escribía en su libro Historia de la belleza que “bello” era igual a bonito, sublime, maravilloso y soberbio, como adjetivo elegido para describir aquello que nos gusta. También se usa como equivalente de algo que es bueno y de que está bien. Continúa Eco escribiendo que fue en siglo XVIII cuando se adoptó una nueva concepción de lo bello al imponerse términos como “genio”, “imaginación” y “sentimiento” a la belleza que no tienen nada que ver con las características del objeto en sí, sino de las cualidades y capacidades que se producen a quien admira y juzga lo que ve. Lo bello abandona las reglas y se centra en los efectos que produce. Se vinculó por filósofos a los sentidos y al reconocimiento de un placer para entrar a lo sublime.

En la iglesia de Santa María in Montesanto se exhibe una burla de la Piedad de Miguel Ángel realizada por Jacopo Cardilli, que muestra a un hombre desnudo mayor que sostiene en su regazo a otro hombre sin ropa más joven que él, que en redes sociales se le ha llamado como la “Piedad de la Pederastia”. También representa la censura que la Iglesia ha tenido hacia homosexualidad por siglos. Aunque polémica, la escultura resulta hermosa e instaura una reflexión profunda de las atrocidades e injusticias que la Iglesia ha cometido. Siguiendo con la línea religiosa, este mismo artista creó en 2012 una escultura de mármol del entonces Papa Benedicto XVI de su busto cubierto por una túnica papal, a la cual llamó “Habemus Papam”. Cuando Ratzinger renunció, el artista modificó el mármol y le quitó la vestimenta dejando su torso desnudo, para representar que de ser un Dios, había regresado a ser un hombre. Resaltó así su humanidad, retitulando la obra como “Habemus Hominem”.

Esto me hizo recordar la famosa escultura de Voltaire por el artista Jean-Baptiste Pigalle de 1776, para homenajearla. La escultura se encuentra en El Louvre y es el cuerpo desnudo del pensador en su vejez. Pigalle no mostró su cuerpo idílico propio de un personaje famoso, sino la carne decrépita y desgastada de un hombre anciano. Se le ve delgado con el pecho, muslo, pierna y brazo derecho desnudos y con una corona de laurel sobre la cabeza. En su mano derecha cuelga una pluma. Su rostro es sublime. El artista fue criticado y la escultura causó escándalo por mostrar la desnudez del filósofo, que incluso el Rey de Suecia Gustavo III, propuso vestirle apropiadamente. El cuerpo humano desnudo desde Grecia antigua fue considerado bello, por tanto, esta escultura no era socialmente apropiada para un héroe, sin embargo, el artista fue un genio en mostrar el triunfo de la mente e intelecto sobre la materia, que lo muestra como un nuevo Séneca.

La pieza de Voltaire y la de Ratzinger son una excepcional muestra de genialidad que se aleja del concepto tradicional de belleza, que ha sido capaz de despertar nobles pasiones a los espectadores. Estos mármoles nos arrojan a un arrebato de reflexiones, creando una participación sentimental tanto del creador como del sujeto que lo admira. Si las palabras no alcanzan a describir los fenómenos, recurramos al lenguaje elevado del arte, capaz de expresar lo que la boca no puede. “Habemus Hominen” nos recuerda que todos somos iguales, sin distinción alguna. Ni dioses ni héroes, sino hombres y mujeres y eso es bello.