La tauromaquia mexicana, pilar cultural en estados como Aguascalientes y Tlaxcala, enfrenta una encrucijada. Mientras las prohibiciones y el rechazo social crecen, la nueva generación de profesionales taurinos —toreros, ganaderos y empresarios— heredó prácticas de la vieja guardia que, en lugar de fortalecer la fiesta brava, la llevan a un punto de no retorno. Identificar y transformar estos vicios heredados es crucial para que la tauromaquia sobreviva en un México moderno.
Las generaciones anteriores construyeron la tauromaquia sobre nombres consagrados, repitiendo carteles con las mismas figuras año tras año. La nueva generación, en muchos casos, sigue este camino, priorizando a toreros de renombre o con conexiones, en lugar de dar espacio a novilleros o talentos emergentes. Esto no solo limita la renovación del espectáculo, sino que aburre a los aficionados y aleja a un público joven que busca frescura. La solución está en arriesgarse con carteles variados, que promuevan toreros nuevos y apoyen las escuelas taurinas.
La vieja guardia dependía de la prensa escrita y el boca a boca para difundir la tauromaquia, un modelo que la nueva generación no ha superado del todo. Aunque algunos jóvenes toreros usan redes sociales, sus esfuerzos son desorganizados y carecen de una estrategia colectiva. En un mundo en el que TikTok y X dominan la atención, la tauromaquia necesita campañas digitales creativas que muestren su valor cultural y artístico, como lo intentan iniciativas como Tauromaquia Mexicana con sus seminarios. La nueva generación debe invertir en narrativas visuales que conecten con los jóvenes y desmientan prejuicios.
La influencia de intermediarios y el clientelismo, una herencia de décadas pasadas, siguen presentes. Algunos profesionales taurinos, incluidos los nuevos, perpetúan un sistema en el que los favores y las comisiones dictan quién torea y dónde. Esto frustra a los aficionados y daña la credibilidad de la fiesta. La nueva generación debe abogar por una gestión transparente, con reglas claras para la contratación.
La vieja guardia solía ignorar las críticas animalistas, confiando en que la tradición se defendería sola. Muchos jóvenes profesionales repiten este error y evitan el diálogo sobre el bienestar animal o el impacto ecológico de las ganaderías. En lugar de atrincherarse, la nueva generación debe liderar la conversación, promover prácticas responsables y destacar el papel de las dehesas en la conservación ambiental.
Históricamente, la tauromaquia era un festejo popular, pero la vieja guardia la convirtió en un evento elitista con boletos caros y plazas exclusivas. La nueva generación, aunque más consciente de la necesidad de masificar el espectáculo, no logra romper del todo con esta dinámica. Es vital recuperar el espíritu popular con precios accesibles, eventos en espacios públicos y actividades que acerquen la tauromaquia a comunidades no tradicionales.
La nueva generación de profesionales taurinos tiene la oportunidad de revitalizar la fiesta brava, pero solo si rompe con estas prácticas heredadas. Innovar en la promoción, apostar por la transparencia, dialogar con la sociedad y recuperar la accesibilidad son pasos esenciales. La tauromaquia no está condenada, pero su supervivencia depende de que los jóvenes taurinos dejen de imitar a sus antecesores y abracen el cambio con valentía.




