¿Héroes o verdugos?

El rol de los empresarios divide opiniones en la tauromaquia: ¿salvadores o verdugos de la tradición?



En el corazón de la tauromaquia mexicana, donde la pasión del aficionado se encuentra con el arte del torero y la bravura del toro, una figura silenciosa pero omnipresente mueve los hilos: el empresario taurino. Nombres hay muchos y de personajes poderosos tanto aquí como allá.

Son ellos, los que invierten, quienes han moldeado el rumbo de la fiesta brava en las últimas décadas. Pero su influencia, ¿es la salvación que mantiene viva la tauromaquia en tiempos de adversidad, o el veneno que la despoja de su esencia? Esta pregunta, incómoda y necesaria, enciende un debate que divide a los aficionados y pone en jaque el futuro de la tauromaquia en nuestro país.

Por un lado, los empresarios son los arquitectos de la supervivencia de la fiesta. En un México donde la tauromaquia enfrenta críticas sociales y restricciones legales, como las recientes batallas por la Plaza México, son ellos quienes invierten millones de pesos para mantener los ruedos abiertos. Organizan temporadas fastuosas, traen figuras internacionales y negocian con autoridades para sortear las trabas burocráticas. Sin su músculo financiero, plazas icónicas como la de Aguascalientes o Zacatecas podrían ser hoy solo recuerdos. Su visión comercial, además, ha abierto las puertas a un público nuevo: eventos como corridas nocturnas, festivales culturales o carteles con “toreros mediáticos” atraen a jóvenes que, de otra forma, no pisarían un coso. En este sentido, algunos empresarios han sido un dique contra la marea de la cancelación y dejan claro que la fiesta puede adaptarse sin rendirse.

Pero no todo es olés y aplausos. La otra cara de la moneda revela un costo que muchos aficionados consideran demasiado alto. La obsesión por llenar tendidos ha llevado a carteles repetitivos con los mismos nombres, relegando a toreros prometedores a un segundo plano. Las ganaderías, otro pilar sagrado, no escapan a esta lógica mercantil: la elección de toros “cómodos” para garantizar el lucimiento de las figuras alimenta el murmullo de que la bravura, esa chispa indomable que define al toro mexicano, se desvanece en favor del espectáculo. ¿Es esto tauromaquia o un show diseñado para turistas? La pregunta quema en los tendidos, donde los pocos puristas que aún quedan claman por una fiesta que recupere su crudeza y autenticidad.

Los aficionados más apasionados acusan a los empresarios de convertir la tauromaquia en un producto descafeinado, en el que el riesgo y la verdad del toreo se sacrifican en el altar de la taquilla. ¿Es esta la única vía para sobrevivir en un mundo que cuestiona la fiesta, o estamos vendiendo el alma de la tauromaquia a cambio de un puñado de boletos?

La respuesta no es sencilla. Los empresarios, con su maquinaria de marketing y sus apuestas económicas, son un mal necesario en un contexto en el que la tauromaquia lucha por no ser un arte extinto. Pero su poder no puede ser absoluto. Si la fiesta brava quiere seguir siendo un latido vivo, debe encontrar un equilibrio: honrar su esencia, dar espacio a la sangre nueva —tanto en el albero como en las ganaderías— y escuchar al aficionado que no solo busca espectáculo, sino verdad. Porque cuando la plaza calla y el toro embiste, no son los empresarios los que enfrentan la cornada, sino el torero, el toro y la pasión de un pueblo que se niega a dejar morir su tradición. ¿Salvadores o verdugos? Quizás un poco de ambos, pero el futuro de la fiesta depende de que no olviden quiénes son los verdaderos protagonistas: el toro, el torero y el tendido que ruge.