FLOR YAÑEZ
Le sorprenderá conocer (o no, porque los políticos se “piratean” ideas de todos lados), que el slogan de “abrazos no balazos” de AMLO no se le ocurrió a él. El lema, originalmente en inglés “Hugs, not bullets”, fue usado en el movimiento mexicano-estadounidense contra la Guerra de Vietnam. Se equipara al “Haz el amor y no la guerra”. Desde el 2012, López Obrador se ha valido de esta frase para describir su política de seguridad para frenar la delincuencia, el crimen y la violencia. Desde que inició su gestión, este paradigma radical, distinto a cualquier otro presentado en sexenios anteriores, ha sido motivo de principalmente críticas, pero también de aplausos por parte de sus seguidores.
La estrategia idealista de López Obrador fracasó. No sólo no detuvo el crimen, sino lo incrementó de sobremanera. A diferencia de las burlas que leemos en las redes sociales, su estrategia, en teoría no estaba para nada mal, al contrario, es lo que cualquier gobierno debiera hacer, pero la idea se le quedó en el cuaderno. Es cierto, como lo dice el presidente, que se debe atender las causas de la violencia y apostarle a la prevención, más que reprimir con violencia. Se debe consolidar la paz, pero es más complejo que centrarse sólo en los homicidios dolosos y en aumentar el número de policías por colonia. Galtung, académico más importante en estudios de paz y resolución de conflictos, dividió la paz en: negativa y positiva. Imaginemos un triángulo donde en la punta superior está la violencia directa y en los vértices inferiores, la violencia cultural y estructural. Para este autor, se alcanza una paz negativa cuando hay cese a la violencia directa, es decir, la que podemos ver en forma de feminicidios, homicidios, violaciones, destrozos, golpes y gritos. Y tenemos paz positiva cuando se acaba la violencia estructural y cultural que da pie a la directa.
La primera se relaciona con la pobreza, la falta de educación, de salud, falta de oportunidades, la corrupción e injusticias y la segunda, con actitudes como el machismo, o los comportamientos que se replican con “hermosas” melodías como las de Bad Bunny, y la opresión de género que ejerce la iglesia. En México, debemos sanar las heridas de un pasado escabroso. Se deben atacar las causas estructurales que ha producido la violencia y generar estrategias para acabar con la injusticia y la impunidad.
Un feminicidio no ocurrió de la noche a la mañana, tampoco los cárteles de droga, la huachicultura, los robos de autos y la corrupción, por eso cuando un político dice que detendrá esas acciones y traerá paz, es una completa falacia, a menos de que atienda a los basamentos. Las conductas que generan esos comportamientos se gestan con el tiempo y en una sociedad determinada, es decir, un feminicidio se origina por el machismo y la violencia de género que ha existido, aunado a la inequidad con los hombres respecto a oportunidades. Frenar la agresión no implica quitarle la pistola al macho, sino primero acabar con la cultura del machismo y darle igual oportunidades a las mujeres. Los asesores debieron decirle a AMLO que hay una violencia que se puede combatir como él la propone, con abrazos y no balazos, e intentar transformar las estructuras para corregir el problema de raíz, pero eso tarda mucho, mucho, mucho tiempo. A eso se le llama Pecebuilding (construcción de paz). Mientras tanto, los cuernos de chivo sí están matando gente y lo que debe hacer urgentemente es Peacekeeping (mantener la paz), parar los “fregazos o balazos” y hacer Peacemaking (hacer la paz). Esperemos que algún día (que será muy, muy lejano), AMLO desde el “más allá” dé cuenta de que finalmente su estrategia funcionó.
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