Huracanes y sequías: la cuenta regresiva

México necesita pasar de la reacción a la prevención ante el cambio climático, sequías e inundaciones cada vez más intensas.



Señal: cambio climático y estrategia nacional de agua
Tendencia: enfoque reactivo tiene que cambiar a preventivo

En 2025, México sigue quedándose atrapado entre dos fuerzas que se intensifican: huracanes más rápidos y poderosos, y sequías más largas y profundas. El huracán Erick, que se formó e intensificó en tiempo récord antes de tocar tierra en Oaxaca, es el más reciente ejemplo de un patrón cada vez más común. Según especialistas de la UNAM, los huracanes en nuestra región se están volviendo más intensos y difíciles de anticipar. La tendencia lleva años en marcha: Otis en 2023, Norma y Milton en 2024, y ahora Erick. Todos muestran un patrón común: pasamos de tener horas a apenas minutos para prepararnos.

A la par, el Sistema Cutzamala, que abastece al Valle de México, opera por debajo del 50% de su capacidad. En su último reporte, la Conagua advertía que, si las tendencias de sequía continúan, el llamado “día cero” podría llegar tan pronto como 2028. La paradoja es brutal: al sur, torrentes que arrasan infraestructura; al centro y norte, ciudades que agonizan sin una gota.

México actúa más desde la reacción que desde la prevención. Se activan planes DN-III, se despliegan miles de elementos para atender emergencias, pero no se resuelven las causas estructurales. Nuestro sistema hídrico funciona como si los ríos, las presas, las lluvias y los acuíferos respondieran a las fronteras políticas y no a la realidad física de las cuencas. Y aunque existen consejos de cuenca desde 1992, funcionan de forma discontinua, con insuficiencia presupuestaria y sin facultades vinculantes. La Conagua, por su parte, tiene atribuciones legales, pero en la práctica enfrenta obstáculos políticos, presupuestales y legales que limitan su capacidad de coordinar o sancionar.

El resultado es un sistema fragmentado, con infraestructura desconectada y sin visión integral. Se construyen obras aisladas –presas, bordos, plantas– sin estrategia común. No hay sensores desplegados sistemáticamente, ni datos abiertos en tiempo real, ni sistemas predictivos capaces de anticipar crisis. La tecnología que podría ayudarnos a prevenir, simplemente no se está usando.

La solución pasa por un rediseño profundo. Primero, establecer una nueva gobernanza hídrica basada en cuencas, con consejos regionales dotados de recursos y facultades claras, que incluya transformar a Conagua en una autoridad nacional del agua con poder operativo real. Segundo, invertir en infraestructura dual: obras que prevengan tanto sequías como inundaciones, combinando presas intermedias, captación pluvial, recarga de acuíferos y drenaje verde en zonas urbanas vulnerables. Tercero, desplegar una red nacional de monitoreo con inteligencia artificial para anticipar riesgos y optimizar decisiones.

Otros países con climas extremos y estrés hídrico han comenzado a rediseñar sus sistemas con visión de futuro. Australia, tras sufrir su propia “década seca”, creó un sistema nacional de información del agua que integra monitoreo en tiempo real, pronósticos climáticos y participación comunitaria en las decisiones de uso. Chile, que en 2024 aprobó su primer plan de adaptación hídrica, está reorganizando su gestión por cuencas, dotando a las autoridades locales de facultades reales. España, con décadas de experiencia en escasez hídrica, ha integrado planes de sequía por cuenca con tecnología de control inteligente para riego y consumo urbano. En todos los casos, el común denominador es el mismo: gestión descentralizada, uso intensivo de datos y decisiones respaldadas por criterios técnicos, no políticos.

México debe sustituir la cultura de la urgencia por una estrategia de prevención inteligente. Huracanes más frecuentes y sequías más intensas nos obligan a planear con otra mentalidad. No podemos seguir actuando sólo cuando la emergencia ya está aquí. Gobernar el agua es gobernar el futuro.