Señal: muchas instituciones fueron diseñadas para un contexto que ya no existe
Tendencia: instituciones sin mecanismos de adaptación perderán relevancia
Zygmunt Bauman describió nuestro tiempo como una modernidad líquida: una sociedad fluida, cambiante, donde nada parece durar demasiado. En ese contexto, muchas de nuestras instituciones se parecen a estructuras sólidas que, en realidad, están construidas sobre arenas movedizas. Parecen firmes, pero fueron diseñadas para un mundo que ya no existe.
La tarea no es destruirlas ni defenderlas intactas como reliquias, sino dotarlas de mecanismos de adaptación ágil, capaces de preservar lo que funciona y cambiar lo que ya no responde.
El panorama internacional ofrece varios ejemplos claros. Naciones Unidas fue concebida para evitar nuevas guerras entre Estados después de 1945, pero hoy su Consejo de Seguridad está bloqueado por vetos que le impiden responder a conflictos híbridos y actores no estatales. La Organización Mundial de la Salud nació para coordinar emergencias sanitarias, pero la pandemia de covid-19 mostró sus límites frente a la transparencia voluntaria de los gobiernos. El FMI y el Banco Mundial, diseñados para estabilizar la economía global de posguerra, hoy enfrentan cuestionamientos sobre su papel en un entorno de multipolaridad y frente a nuevos retos como la crisis climática. Y la Organización Mundial del Comercio, que en los noventa impulsó la reducción global de aranceles y abrió mercados, hoy está paralizada: su mecanismo de resolución de disputas lleva años bloqueado y países vuelven a recurrir a aranceles y barreras comerciales como instrumentos de rivalidad estratégica.
En México, el caso más visible es el del Instituto Nacional Electoral (INE). Fue una institución clave para garantizar elecciones limpias tras décadas de autoritarismo, pero ahora enfrenta el dilema de adaptarse al siglo XXI sin erosionar su autonomía ni desdibujar su legitimidad.
Aquí es crucial escuchar las voces críticas. La oposición y varios académicos advierten que, si el recorte presupuestal es demasiado profundo, se podría debilitar su capacidad operativa, especialmente en tareas como fiscalizar campañas digitales o garantizar el voto desde el extranjero. También cuestionan que la comisión presidencial encargada de diseñar la reforma esté dominada por funcionarios del Ejecutivo, sin contrapesos de la oposición ni del propio órgano electoral. Una reforma impuesta sin consenso pondría en riesgo la autonomía que tanto costó construir y abriría la puerta a un mayor control del régimen en el poder y a la pérdida de la confianza ciudadana.
La salud es otro ejemplo. El IMSS, ISSSTE y los sucesivos rediseños (Seguro Popular, Insabi, IMSS-Bienestar) fueron pensados para un perfil demográfico y epidemiológico muy distinto al actual. Hoy, la transición hacia una población más longeva y con enfermedades crónicas requiere un replanteamiento estructural, no sólo ajustes sexenales.
El agua es quizá el caso más urgente. La Comisión Nacional del Agua y las instituciones ambientales nacieron en un contexto de abundancia relativa, con la lógica de administrar el recurso más que de protegerlo. Hoy, con sequías recurrentes y fenómenos extremos, necesitamos instituciones capaces de gestionar la escasez y planear a largo plazo en coordinación con gobiernos locales y comunidades.
La modernidad líquida de Bauman nos obliga a cambiar la pregunta: no se trata de si una institución sigue existiendo, sino de si aún cumple el propósito para el que fue creada. Y si la respuesta es que ya no, lo necesario no es embalsamarla ni demolerla, sino rediseñarla para un tiempo nuevo.
México necesita una discusión más honesta sobre sus instituciones. No basta con defenderlas a ciegas ni con destruirlas por razones políticas. Lo que necesitamos es reconocer lo que sí funciona y tener la valentía de cambiar lo que ya no sostiene, escuchando a todas las voces y buscando los consensos.
Porque las instituciones son herramientas, no reliquias; y en un país que vive sobre arenas movedizas, sólo sobrevivirán aquellas que aprendan a adaptarse.




