La quinta corrida de la temporada en la plaza “Nuevo Progreso” dejó una sensación honda: la de haber sido testigos de una tarde donde el toreo se volvió un lenguaje de matices, silencios y profundidades. En medio de un encierro de Los Encinos que ofreció dos toros buenos y otros de escasa fuerza, surgieron faenas que no solo emocionaron, sino que invitaron a pensar.
Juan Ortega, en estado de gracia, bordó una obra que perteneció al territorio de lo irrepetible. Su faena al segundo de su lote fue un ejercicio de tiempo detenido, de ese toreo que parece expandir el instante como si fuera una pincelada de Goya: fugaz, precisa y cargada de alma. Hubo en su muleta un pulso tan fino que cada muletazo pareció durar más de lo que físicamente puede durar un muletazo.

Diego Silveti, por su parte, mostró madurez y asentamiento. Su faena al abre plaza fue una lección de lectura y administración del toro, un ejemplo de cómo un torero de dinastía puede convertir un ejemplar justo de fuerzas en una obra sólida y entendida. Supo tocar las teclas adecuadas, medir, pulir y construir.
Diego San Román, finalmente, estuvo por encima de su lote. A su primer toro lo entendió, lo encauzó y lo toreó con capacidad. Al segundo nunca pudo torearlo por la lesión del pitón, pero quedó claro su sitio, su actitud y su ambición. Los Encinos enviaron un encierro de presencia impecable y juego variado, destacando los dos primeros toros que impulsaron las faenas más celebradas.

Fue, en conjunto, una tarde donde el toreo clásico se impuso, donde la verdad del ritmo y el temple se colocó por encima de cualquier estridencia, y donde la plaza vivió momentos de verdadera emoción.
La tarde se abrió con “Oye Poco”, 490 kg, un toro noble y de fondo limitado que correspondió a Diego Silveti. Desde los primeros lances, el guanajuatense dejó verónicas templadas y un quite por gaoneras lleno de expresión. Tras brindar al público, estructuró una faena de solvencia, sin forzar al astado y pulsando cada muletazo. La virtud de la paciencia le permitió hilvanar series que conectaron, especialmente por el izquierdo, donde surgió la naturalidad. El cierre, con cambiados por la espalda y dosantinas muy dibujadas, elevó el tono de su labor. Saludó desde el tercio.

Llegó entonces “Guantero”, 475 kg, para Juan Ortega, y la plaza respiró otro aire. Toreó a la verónica con una clase que recordó a los lienzos antiguos del toreo puro. El brindis al maestro César Rincón marcó el inicio de una de las faenas más importantes del año. La obra fue un poema de temple y verdad: muletazos interminables, ligazón perfecta, la muleta siempre puesta, el compás en la cintura. El toro tuvo clase, nobleza y calidad; Ortega lo exprimió con una naturalidad que mantuvo al público en un silencio reverencial. Pinchó antes de la estocada, pero la vuelta al ruedo fue clamorosa.
El tercero del festejo fue “Andaluz”, 475 kg, segundo del lote de Silveti, toro que acusó poca fuerza desde los primeros compases y no ofreció opciones reales. El torero lo intentó, pero no había materia prima para más. Silencio.

En cuarto lugar salió nuevamente “Andaluz”, 475 kg, esta vez para Juan Ortega, que volvió a mostrar su forma de entender el toreo. Inició con doblones mandones, administró tiempos y extrajo muletazos de reposo absoluto por el lado derecho. Por el izquierdo dejó pinceladas de calidad pese a la escasa colaboración del astado. La faena tuvo peso propio y la estocada efectiva le otorgó una oreja que lo lanzó a hombros.

Cerró la tarde “Eleno”, 550 kg, para Diego San Román, que había saludado con buen toreo de capa. Sin embargo, antes de iniciar la faena el toro se estrelló contra un burladero y se fracturó un pitón, obligando al queretano a abreviar. Aun así, dejó claro su sitio y escuchó palmas.

Guadalajara, Jalisco. Plaza “Nuevo Progreso”. Tarde agradable, buena entrada. Toros de Los Encinos, de presencia seria y juego variado. Destacaron primero y segundo. Diego Silveti: salida al tercio y silencio. Juan Ortega: vuelta al ruedo y oreja, salida a hombros. Diego San Román: salida al tercio y palmas.




