Juan Pablo Sánchez y Héctor Gutiérrez, abren con triunfo la Temporada de Motúl

Juan Pablo Sánchez brilló en Motúl con una faena de temple y hondura, compartiendo el triunfo con Héctor Gutiérrez en una jornada que reafirmó la fuerza taurina del sureste.



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MOTÚL.- Un fin de semana intenso vivió el Sureste Mexicano, convertido en epicentro taurino con dos inauguraciones de temporada: Mérida y Motúl. Dos plazas unidas por la historia, la pasión y la fidelidad del público. Si la capital yucateca padeció la lluvia del sábado, en Motúl el cielo concedió clemencia, y la tarde de domingo se abrió diáfana, como queriendo darle marco a una buena jornada.

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En la Monumental Avilés, un cartel de corte clásico, con tres toreros de conceptos bien definidos: Paco Ureña, Juan Pablo Sánchez y Héctor Gutiérrez, frente a un encierro de La Estancia que, en conjunto, dejó más interrogantes que satisfacciones. Hubo poco fondo en los toros, justos de fuerza y raza, pero no por ello la tarde quedó vacía. En los terrenos de la verdad, los tres espadas se ganaron el respeto del público por actitud, oficio y entrega.

El peso de una oreja: Juan Pablo Sánchez, torero en plenitud

Si algo quedó claro en Motúl es que Juan Pablo Sánchez atraviesa un momento de madurez plena. Lo suyo fue una lección de temple, mando y serenidad. Su primero, “Marinero”, un toro complicado, reservón, de los que piden cabeza y paciencia, lo obligó a sacar recursos. Bregó con inteligencia, lo cuidó en varas, y cuando tomó la muleta brindó al público una faena de poder y exposición. Por el derecho ligó muletazos largos, hondos, con la figura encajada; por el izquierdo, la lucha fue a contracorriente. El toro derrotaba, buscaba el cuerpo, y aun así el hidrocálido se impuso con valor y raza, dejando muletazos sueltos de mucho mérito. Un varetazo en el brazo izquierdo fue el precio del intento. Con la espada, el toro se resistió a morir, y los dos avisos cerraron una actuación honesta y esforzada.

Pero todo lo que en su primero fue lucha, en su segundo se transformó en expresión. Con “Papayín”, de 488 kilos, Sánchez encontró el punto exacto de la faena grande. Desde el inicio por el derecho, bajando la mano y templando, mostró ese ritmo que lo distingue. Cambió al natural, y con ayudado, uno a uno, marcó el trazo despacio, en los medios, sin atosigar, imponiendo la suavidad sobre la brusquedad del toro. De regreso por el derecho, giró la muñeca con cadencia, buscando dar largura a unos muletazos que parecían detener el tiempo.

El toro se iba quedando corto, pero el torero lo sostuvo con firmeza, aguantando miradas, imponiendo su verticalidad. De pronto, el toreo ligado por el izquierdo emergió con una naturalidad sublime. Temple, pureza, hondura. Una estocada en buen sitio rubricó la obra, y aunque el palco sólo concedió una oreja, el público sabía que aquello había tenido la categoría del triunfo mayor. Fue la faena de la tarde, y quizá una de las de más peso en este arranque de temporada peninsular.

Paco Ureña: la sobriedad como bandera

El torero murciano, Paco Ureña, dejó la impronta de su clasicismo desde el primer lance de capa. Con “Tikinchic”, de 510 kilos, lo recibió por verónicas templadas, pero pronto se evidenció la debilidad del toro. Sin fuerza, perdiendo las manos, el español optó por la inteligencia: llevarlo a media altura, cuidarlo y torearlo con suavidad. Hubo muletazos de trazo limpio, de torero bueno, aunque sin poder redondear por la condición del animal. Mató con eficacia y se fue entre palmas.

Su segundo, “Alux”, fue otro reto. Un toro sin entrega, que embestía con la cara alta. Pese a ello, Ureña no se desesperó. Tiró de recursos, inventó la faena, y aunque el conjunto no rompió, dejó destellos de su clase. Con el acero estuvo pesado, pero la seriedad de su actuación fue reconocida. Fue el reflejo del oficio curtido, del torero que no regala nada y que aún en la adversidad torea con pureza.

Héctor Gutiérrez: juventud y asentamiento

A Héctor Gutiérrez le correspondió una tarde desigual, aunque con pasajes de torero grande. Su primero fue un toro distraído, sin entrega. El hidrocálido lo intentó todo: se cruzó, mandó, toreó en redondo y exprimió lo poco que había. Palmas tras aviso fue su premio, pero quedó la sensación de una labor sólida.

En su segundo, “Motuleño”, de 490 kilos, la historia cambió. Toreó con empaque desde el capote, y la faena tuvo estructura, ritmo y conexión. Encontró pronto el pitón derecho, por donde hilvanó series ligadas, templadas, con ese aire de torero asentado. Por el izquierdo, el toro se acortó, pero Gutiérrez mantuvo la compostura. La espada cayó en buen sitio y cortó una oreja, compartiendo así el triunfo de la tarde con Sánchez.

Motúl y Mérida: el pulso de una región taurina viva

El sureste mexicano sigue siendo un bastión de la tauromaquia. Ninguna otra región del país celebra más festejos taurinos al año —más de dos mil, según los registros—, y tanto Mérida como Motúl son el eje de esa vitalidad. Las dos inauguraciones de temporada reflejan la seriedad con la que aquí se vive el toreo.

En tiempos en que el toreo busca reafirmarse frente a la mirada crítica de los tiempos modernos, jornadas como ésta son recordatorios de que la fiesta sigue viva. Al final, más allá de las orejas, el verdadero triunfo fue el de la afición.