La cultura política mexicana, una política sin cultura

El enfrentamiento entre Alito y Noroña refleja el deterioro de la clase política mexicana marcada por la corrupción, impunidad y lucha por el poder.



El enfrentamiento a golpes en el Senado de la República entre Alejandro Moreno (Alito) y Gerardo Fernández Noroña no sólo abre espacio al debate sobre los hechos, sino al origen de ambos personajes que representan la desprestigiada política mexicana.

La vileza de la discusión (uno exigiendo su derecho, el otro negándolo) y sus resultados violentos explican claramente los ciclos ineficientes y corruptos en México desde que se fundó el entonces Partido Nacional Revolucionario (1929), por parte del presidente Plutarco Elías Calles (1924-1928), quien buscó aglutinar en un partido político los intereses de todos los sectores participantes en la tercera transformación del país.

No es motivo de esta columna hablar de lo útil que fue ese partido en su momento, y en lo deficiente y corrupto que se convirtió.

El hecho es que de ese partido, hoy Revolucionario Institucional, se formaron los políticos escindidos del Frente Democrático Nacional, que aglutinaba a todos los grupos antagónicos al PRI, para crear el Partido de la Revolución Democrática, a la cabeza del hoy conocido “mesías de la izquierda”, Andrés Manuel López Obrador, y que fundó un movimiento de “regeneración” nacional, hoy partido Morena.

Sigmund Freud decía: “Origen es destino”.

El enfrentamiento entre ambos legisladores tiene un profundo origen de control por el poder basado en el poder mismo; ambos, distorsionando el concepto institucional y democrático de sus partidos.

Simplemente analicemos sus trayectorias y se darán cuenta que no podría ser de otra manera, ambos están luchando por posicionarse en la arena del poder del control nacional que, en México, empieza a tener una visualización que se antoja propia de la delincuencia dorada: la suma del poder económico con el político, basado en un amplio consenso social de impunidad. “La mezcla perfecta”.

Ambos senadores se han desempeñado en la arena política desde el inicio de su vida profesional, lo que nos indica que su principal objetivo es la obtención del poder político y, por consiguiente, el económico, uno por medio de las instituciones (Alito), mientras que el otro por la base popular, redes sociales y discurso confrontativo.

Llama la atención que estos señores no tienen trayectoria académica, empresarial o socialmente reconocida que arroje actividades adicionales que sumen a lo que debería ser un crecimiento económico sostenido en sus personas.

Alito llega al gobierno de Campeche para cubrir el periodo 2015–2019; posición histórica para que buena cantidad de gobernadores inicie un cambio de vida radical, de estatus, definido éste como la posición que se ocupa en la sociedad en términos de ingresos, trabajo y preparación.

Alejandro Moreno concluye su periodo de gobierno bajo acusaciones de desvío de recursos. No es necesario señalar que la propiedad de 14 inmuebles para una persona cuya trayectoria sólo ha sido política es verdaderamente insultante.

Fernández Noroña ha llegado a este resultado en igualdad de condiciones, sólo con la agravante de la promesa mesiánica y hoy presidencial de vivir y permanecer en la justa medianía, concepto al que ese partido ha dado diferentes interpretaciones de la frase juarista.

Este legislador, después de controlar el presupuesto del Senado, adquiere una lujosa vivienda de 12 millones de pesos.

Ambos casos coinciden en la disponibilidad de recursos sin límite durante su gestión pública para un enriquecimiento ampliamente explicable, pero permanentemente impune.

En conclusión, sólo he escrito de dos casos mediáticos que demuestran lo que la clase política mexicana ha representado por más de 100 años: UNA POLÍTICA SIN CULTURA, sin escrúpulos y, peor aún, sin una identificación plena de las aspiraciones nacionales.