La debilidad de Sheinbaum

Para quienes ambicionan el poder, no existe vía media entre la cumbre y el precipicio.



El inicio del gobierno de Claudia Sheinbaum es parte de un libreto que ella no escribió, pero que lo asume sin chistar. La ciudadana presidenta actúa bajo los ritmos que se imponen desde el Senado y la Cámara de Diputados. Ella sólo los defiende desde su nuevo púlpito con aparente vehemencia. Por supuesto, no quiere decir que sea ajena a las iniciativas de corte autoritario, sino que ella es parte del bloque que busca perpetuarse en el poder a cualquier costo.

Cuando AMLO la escogió para sustituirlo sabía de su lealtad. Su prueba fue el gobierno de la CDMX, aunque ella y sus adláteres se empeñen en hacer creer una supuesta independencia frente al poder del tabasqueño. Fue elegida por el líder, pero carece de la historia, la malicia y el cinismo histriónico de su antecesor. Su discurso es plano y monocorde.

Desde la conformación del gobierno y del poder legislativo Sheinbaum tuvo poca influencia en las posiciones claves. Fue ajena a las decisiones en gobernación y la presidencia de Morena. En el primer caso, Rosa Icela Rodríguez le debe todo a AMLO; en el partido, Luisa María Alcalde creció al amparo del expresidente; y, para dar una prueba de su poder, el mesías impuso a su hijo, como vigilante de su legado.

En Hacienda dejó a Rogelio Ramírez de la O bajo el pretexto de garantizar “estabilidad”. Un tecnócrata  cercano al exjefe de gobierno. En relaciones exteriores colocó a Juan Ramón De la Fuente, siempre vinculado a López Obrador y acomodaticio sin freno.

El Congreso de la Unión muestra la radiografía de la marginación de Sheinbaum. Las listas plurinominales las decidió López Obrador. Nada de tómbolas. En el Senado se despachó con la cuchara grande: colocó a su “ hermano” Adán Augusto Lopez para ser el coordinador; metió al priista Alejandro Murat, exgobernador de Oaxaca, para pagarle favores; al líder “charro” del SNTE, Alfonso Cepeda; y, hasta al oscuro Alejandro Esquer, cómplice íntimo de sus secretos, entre otros impresentables. En la Cámara de Diputados aprobó que Monreal fuera el coordinador, sabiendo de su falta de escrúpulos para someterse al poder en turno.

La presidenta carece de una política integral para la gobernabilidad democrática. El ataque al poder judicial es una herencia que la marcará por todo el sexenio y en el abordaje que ha hecho al tema de las violencias y el narcotráfico exhibe una miopía terrible, que únicamente repite los viejos paradigmas de la criminología administrativa. Una presidenta prisionera de su debilidad.

@pedro_penaloz