La felicidad como servicio

Las plataformas que dominan el mercado del bienestar ya no son sólo acompañantes digitales, sino arquitectos invisibles de la vida cotidiana.



Señales y tendencia

Señal: comercialización del bienestar con tecnología algorítmica

Tendencia: concentración en pocos actores

Durante décadas, el bienestar fue considerado un ámbito privado, íntimo o, en el mejor de los casos, parte de una política pública. Hoy, está siendo absorbido por las plataformas digitales. Aplicaciones que prometen reducir la ansiedad, mejorar el sueño, aumentar la concentración o elevar los niveles de gratitud se han convertido en un fenómeno global. Y detrás de cada una de ellas, hay algoritmos aprendiendo, corrigiendo, monetizando.

Las plataformas que dominan el mercado del bienestar ya no son sólo acompañantes digitales, sino arquitectos invisibles de la vida cotidiana. Te dicen cuándo respirar, cómo dormir, qué ritmo de actividad física mantener y hasta cuándo es buen momento para reflexionar o desconectarte. Lo que antes eran rituales familiares, tradiciones culturales o incluso prescripciones clínicas, hoy se transforman en microintervenciones de software con alertas, recompensas y rutinas personalizadas. La ansiedad, la productividad, el sueño o la tristeza ya no son sólo estados emocionales: son variables de diseño.

Las apps de bienestar mental y físico aparecen en los primeros lugares de las listas de descargas en tiendas digitales en todo el mundo. Calm, Headspace, Stoic, Finch o Fabulous no solo ofrecen meditaciones y consejos: diseñan recorridos algorítmicos que adaptan tu camino al “bienestar” con base en respuestas, hábitos de uso y patrones conductuales. Cada interacción es parte de un entrenamiento de IA que no sólo aprende sobre ti, sino que también te condiciona. Las emociones se vuelven datos; los datos, predicciones, y las predicciones, guías para vivir.

En el fondo, permitir que plataformas digitales definan y midan el bienestar no es sólo una cuestión de mercado, sino de poder. Empresas como Apple y ByteDance (empresa propietaria de TikTok) están estableciendo nuevos estándares sobre qué significa “vivir bien”: cuántas horas debes dormir, cuántos pasos caminar, cuánta atención plena practicar al día o qué niveles de exposición auditiva son saludables. El Apple Watch y los AirPods ya incluyen métricas clínicas como calidad del sueño, alertas sobre riesgo cardiovascular, seguimiento de salud mental y funciones auditivas avanzadas que monitorean tu entorno. ByteDance promueve, a través de plataformas como Lemon8, rutinas estéticas, hábitos alimenticios y metas de bienestar personal que responden a modelos visuales y conductuales cada vez más estandarizados. 

Detrás de estas plataformas hay modelos de inteligencia artificial entrenados con datos de usuarios principalmente del norte global, que luego se aplican de forma casi idéntica en todo el mundo, sin tomar en cuenta diferencias culturales, climáticas o socioeconómicas. Así, lo que entendemos como “saludable”, “equilibrado” o “productivo” ya no lo definen profesionales de la salud ni las comunidades, sino sistemas algorítmicos que optimizan el comportamiento según patrones preestablecidos.

México no está al margen de este proceso. Millones de personas acceden a plataformas digitales que ofrecen mejorar su salud física, emocional o mental sin acompañamiento médico, sin regulación adecuada y sin claridad sobre el uso de sus datos más sensibles. Además de consumidores pasivos, somos también proveedores masivos de información emocional que sirve para entrenar modelos que serán luego revendidos como soluciones de bienestar. La paradoja es que mientras buscamos bienestar personal, podríamos estar perdiendo soberanía colectiva sobre cómo se define ese bienestar.

Una acción concreta que México podría adoptar es impulsar programas públicos de tecnología para el bienestar que respeten el contexto local, integren a profesionales de la salud y promuevan la participación comunitaria. No se trata de competir con Silicon Valley, sino de garantizar que el cuidado digital no sea sólo cómodo y personalizado, sino también seguro, justo y significativo.

En un mundo donde hasta nuestras emociones se transforman en productos, es urgente preguntarnos: ¿queremos que la felicidad sea una experiencia humana con raíces, matices y contexto, o un servicio con términos y condiciones?

Guillermo Ortega Rancé

@ortegarance