JP Morgan estima que, en los próximos años, el mercado potencial de robots humanoides alcanzará los cinco mil millones de unidades. Elon Musk ha ido más lejos: ha proyectado que para 2040 habrá al menos 10 mil millones de humanoides en circulación, superando en número a los propios seres humanos.
Según su predicción, Optimus -el robot que Tesla planea comercializar- será “el producto más importante de todos los tiempos”. Estas estimaciones, por ambiciosas que parezcan, son señales de un nuevo orden económico en gestación, marcado por la convergencia entre inteligencia artificial, la automatización y la geopolítica tecnológica.
La pregunta no es si los humanoides transformarán la organización del trabajo, la vida cotidiana y las relaciones internacionales. La pregunta es quién tendrá la capacidad de diseñarlos, producirlos, escalarlos, controlarlos y distribuirlos globalmente.
Más del 56% de las empresas clave en la cadena de suministro mundial de humanoides está radicado en territorio chino. Desde 2021, el gigante asiático ha desplegado más robots industriales que todos los demás países juntos. Y en los últimos cinco años ha registrado cuatro veces más patentes relacionadas con humanoides que Estados Unidos, consolidando así una supremacía tecnológica difícil de revertir en el corto plazo.
El liderazgo chino no depende exclusivamente del volumen de producción. Se apoya en una estrategia industrial integral: infraestructura manufacturera avanzada, integración vertical, inversión pública superior a 138 mil millones de dólares, incentivos fiscales y marcos regulatorios que favorecen la adopción masiva de soluciones robóticas.
Un informe reciente de la firma SemiAnalysis, revisado por Business Insider, advierte que el mundo está al borde de una transformación no lineal en el orden industrial global, y que China es el único país actualmente en posición de absorber e implementar esa transformación a gran escala con velocidad, eficiencia y visión de largo plazo.
Estados Unidos mantiene una ventaja evidente en el diseño de “cerebros” robóticos: chips, modelos fundacionales, algoritmos de visión computacional y sistemas operativos de inteligencia artificial. Sin embargo, esos elementos representan apenas el 4% del costo total de un robot humanoide. El 96% restante se encuentra en el “cuerpo”: motores, articulaciones, sensores, materiales estructurales, sistemas de locomoción y baterías.
La diferencia ya se refleja en el mercado. Solo en 2024, empresas chinas lanzaron 35 modelos humanoides; América del Norte, apenas ocho. Mientras Tesla proyecta un precio inicial de entre 20 mil y 30 mil dólares para Optimus, la empresa china Unitree presentó su modelo G1 por apenas 16 mil dólares.
La brecha no solo es de precio. Es de madurez logística, capacidad de ensamblaje, velocidad de producción y eficiencia en cadena de valor, factores que pueden definir quién controla la próxima revolución industrial.
Ese liderazgo fue exhibido a escala global durante la Gala del Festival de Primavera -el programa televisivo más visto del planeta-, donde 16 robots humanoides coreografiaron un número junto a bailarines humanos. La escena funcionó como manifestación visual de un nuevo equilibrio de poder: China no solo fabrica robots; los integra simbólicamente en su narrativa de modernidad, los legitima ante su ciudadanía y los proyecta como emblema del siglo 21.
Unos días antes, desde la Casa Blanca, se anunció el Stargate Project, una inversión de 500 mil millones de dólares enfocada en inteligencia artificial. La iniciativa destacó el desarrollo de software, pero evitó enfrentar un hecho más urgente: la carrera no es únicamente por la inteligencia digital, sino por su materialización física.
Como en todas las grandes transiciones industriales, no se trata solo de quién diseña la tecnología. Se trata de quién la convierte en realidad. Y, por ahora, esa hegemonía la posee China.