La historia no se construye desde arriba

La historia la construyen personas comunes, no solo grandes líderes. Familias anónimas sostienen naciones en crisis


Antonio Ocaranza

Cuando pensamos en héroes nacionales, la narrativa oficial suele resaltar las figuras de grandes líderes: caudillos, presidentes, generales y próceres que aparecen en estatuas y billetes. En el México independiente, por ejemplo, la historia del siglo XIX se centra en Antonio López de Santa Anna, Juárez y Porfirio Díaz. Alrededor de ellos giran otras grandes figuras de nuestra historia.

Sin embargo, detrás de cada gran momento histórico se encuentran las acciones de miles de personas comunes y corrientes, muchas veces anónimas, que sostienen los movimientos y reconstruyen las naciones en los momentos más difíciles. Esta visión alternativa de la historia invita a replantear la relación entre los líderes visibles y los luchadores menos visibles de la sociedad que los hace posibles.

Al analizar nuestro pasado, debemos tener presente cuatro elementos: (1) la historia es un proceso colectivo, (2) construida por manos callosas y corazones anónimos, (3) que muestran una resiliencia extraordinaria ante los retos de su tiempo y (4) sostienen movimientos que un líder, por sí solo, es incapaz de consolidar.

1.- La historia como proceso colectivo. Como bien señala el historiador Howard Zinn, la historia “no es sólo el relato de los generales y presidentes, sino también la historia de quienes sostienen las luchas sociales desde abajo“. En los movimientos sociales mexicanos fueron las multitudes y muchas familias de diferentes clases las que sostuvieron el proceso, aportando no sólo fuerza numérica, sino también ideas, recursos y coraje.

2.- La historia la construyen las manos callosas y corazones anónimos. Detrás de los grandes nombres que llenan los libros de historia, hay miles de manos que construyen, siembran, levantan muros y sostienen a sus comunidades en las horas más difíciles. Los corazones anónimos laten con el mismo coraje de los próceres, aunque sus nombres se pierdan en la marea del tiempo. Sin ellos, ninguna sociedad podría sostenerse.

3.- La resiliencia cotidiana. Cuando estallan las guerras, los desastres naturales o las crisis políticas, son las redes familiares, vecinales y comunitarias las que reconstruyen el tejido social y económico desde la base. Estos actos cotidianos, a menudo invisibles para la historia oficial, constituyen la verdadera columna vertebral de las sociedades.

4.- Ningún líder podría, solo, levantar una nación. Cada líder que recordamos estuvo sostenido por miles de personas que, aunque no figuren en los retratos oficiales, aportaron su esfuerzo, sus conocimientos y su tiempo para convertir la visión de unos pocos en la realidad de muchos. Sin ese esfuerzo cotidiano, ningún caudillo, por heroico que parezca, podría construir un país.

Estos cuatro elementos están claramente reflejados en la historia de una familia mexicana, la Díaz Covarrubias, que rescata Carlos Almada en su reciente libro Saga familiar: biografía colectiva de los Díaz Covarrubias y Gabino Barreda, de la editorial Random House. Almada desentraña la vida de José de Jesús Díaz, quien portó el estandarte de Agustín de Iturbide cuando entró a la Ciudad de México con el Ejército Trigarante, y de sus hijos, Francisco, Juan y José, y de su hijas Elena, Adela y Leoncia. Adela se casó con Gabino Barreda, un hombre clave en el desarrollo educativo e intelectual de México.

Almada nos introduce en siete décadas de la historia del siglo XIX para describir las vicisitudes de una familia profundamente comprometida con nuestro país y con la construcción de una nación próspera. El de Almada es también un viaje personal, que inicia con la visita que hace, como embajador de México en Japón, a la colina de Nogue, en la prefectura de Kanagawa, donde Francisco Díaz Covarrubias establece un observatorio para ver el tránsito de Venus por el disco solar en 1874, como parte de la delegación científica mexicana. Detrás de este relato está la figura extraordinaria de una madre mexicana, Guadalupe Covarrubias, que, dice Almada, es la verdadera heroína de la saga familiar: “Clarividente, determinada, que pesó, actuó, triunfó. Venció las catástrofes”. Como tantas madres mexicanas, fue “acicate y sostén, salvación de los suyos”.

En definitiva, como plantea Almada y como nos enseña la vida de los Díaz Covarrubias, si queremos comprender realmente la historia -y, por ende, la identidad de un país– debemos mirar más allá de las estatuas y las fechas oficiales, y reconocer que los grandes cambios no se construyen desde arriba. La verdadera grandeza de una nación está en la capacidad de su gente común para sostenerla y transformarla en los momentos decisivos. Recordar y honrar a esos héroes anónimos es, sin duda, un acto de justicia histórica, como bien hace el libro de Almada.