La narrativa como brújula

Los ciclos económicos tradicionales se desdibujan y la semántica emerge como clave para predecir la economía actual.



Señales y tendencia

Señal: los ciclos macroeconómicos se rompen
Tendencia:
la semántica emerge como nuevo predictor

Durante buena parte del siglo XX, la economía se explicaba como una coreografía predecible: auge, recesión, recuperación, estabilidad. El ciclo parecía gobernar el comportamiento de las naciones y los mercados, y los economistas aprendían a anticiparlo, los bancos centrales a moderarlo, los gobiernos a sobrevivirlo. Pero algo se rompió.

Hoy, ese compás se desdibuja. La curva de rendimiento ya no anticipa las recesiones como antes, la inflación convive con empleo alto, los flujos de capital se mueven con una lógica más emocional que racional. La economía global parece haber perdido su reloj interno, y en su lugar emerge algo distinto: un sistema regido por la semántica, por la forma en que el mundo habla de sí mismo.

En los últimos años, sutilmente, un nuevo tipo de indicador ha empezado a ganar terreno: el sentimiento textual. Investigaciones del Banco Central Europeo, la Reserva Federal y grupos académicos en Estados Unidos y Europa han demostrado que, al combinar variables macroeconómicas tradicionales con análisis de lenguaje —titulares, discursos, redes sociales, informes empresariales—, la capacidad predictiva mejora de forma consistente. No sólo importan los números, sino el tono, las palabras, los juicios implícitos y hasta los sesgos.

El Banco Central Europeo, por ejemplo, ha comenzado a experimentar con modelos de lenguaje que transforman palabras en vectores de significado (embeddings) para anticipar el rumbo de la inflación. En lugar de mirar únicamente series históricas de precios, analizan miles de textos de medios, comunicados y actas públicas. Lo que descubren no es menor: cuando el discurso se llena de términos asociados a incertidumbre o fragmentación, el comportamiento de precios tiende a desviarse del promedio histórico. La semántica se vuelve estadística.

La fragmentación narrativa —cuando circulan muchos relatos contradictorios sobre lo que está ocurriendo— también se ha identificado como un predictor de inestabilidad económica. Por el contrario, cuando las narrativas se consolidan (aunque no necesariamente sean ciertas), los mercados suelen estabilizarse. Es como si la coherencia discursiva funcionara como un bálsamo temporal, y la cacofonía como una alerta temprana.

Lo vimos durante el inicio de la pandemia: antes de que el covid-19 fuera declarado emergencia global, los algoritmos que monitorean el tono de noticias detectaron un giro abrupto en el vocabulario —de “brote localizado” a “crisis”, de “contagio” a “colapso”—, anticipando el desplome bursátil casi tres semanas antes de que ocurriera. El lenguaje precedió al shock. La realidad económica no cambió primero: cambió primero la forma de narrarla.

Esa dinámica —en la que las palabras abren camino a los hechos— se amplifica en un mundo saturado de información. Las narrativas virales ya no son ruido; son fuerzas de mercado. Un rumor sobre crisis bancaria puede detonar fuga de depósitos en horas. Un discurso político puede modificar la confianza de inversión sin mover una sola variable real. Un tuit presidencial puede desplazar millones en capitales antes de que los analistas publiquen sus reportes.

Vivimos, literalmente, en mercados semánticos: sistemas donde lo que se dice y cómo se dice produce efectos materiales.

México no está al margen de esta transformación. En un contexto donde la inteligencia artificial ya convierte el lenguaje en variable económica, nuestro país necesita aprender a escuchar sus propios relatos: lo que los ciudadanos dicen de su entorno, lo que los inversionistas leen, lo que los algoritmos del mundo interpretan de nuestras palabras. Un observatorio semántico —capaz de integrar datos económicos con señales narrativas— sería una herramienta estratégica para navegar esta nueva era sin brújula cíclica.

Porque los viejos ciclos —los que nos enseñaban que después de la recesión viene la bonanza— están desapareciendo. Las crisis climáticas, tecnológicas y geopolíticas se superponen, sin dar tiempo a completar el movimiento pendular. Ya no vivimos en una economía de ciclos, sino en una economía donde los significados, más que los números, marcan el ritmo.

La lección es incómoda pero clara: cuando los hechos dejan de tener patrones estables, las palabras se vuelven brújula. Y quien aprenda a leer los relatos antes que los resultados, tendrá ventaja en este nuevo mundo sin compás.