La pelea por el algoritmo de TikTok

En el corazón de la negociación entre China y Estados Unidos en el acuerdo de venta de la plataforma está el poderoso algoritmo. ¿Por qué?


Miguel Ángel Romero
La sociedad del algoritmo

La disputa alrededor de TikTok trasciende las coreografías virales y los memes que dominan pantallas. Lo que realmente se dirime es la propiedad de un mecanismo capaz de modelar percepciones colectivas y dirigir la atención de millones de personas: el algoritmo. Ese engranaje matemático convirtió a la aplicación en un actor cultural, político y económico de alcance planetario

Washington exige que cualquier venta a inversionistas occidentales incluya la transferencia de ese código. Pekín, en cambio, lo protege como activo estratégico y símbolo de soberanía tecnológica. El choque, además de describir un conflicto empresarial, retrata cómo se comenzarán a dirimir los activos estratégicos de cada nación en un orden geopolítico hacia adelante.

El diseño de TikTok se distingue por su capacidad de aprendizaje inmediato. Detecta intereses individuales en segundos y ajusta la oferta de videos con una exactitud obsesiva. La consecuencia es un nivel de adicción y permanencia inéditos en el ecosistema digital. Para Estados Unidos, ese poder pertenece a la esfera de la seguridad nacional: un territorio demasiado delicado para que lo administre un adversario geopolítico.

Desde la mirada china, entregar el algoritmo equivaldría a ceder una ventaja crucial en la competencia tecnológica global. El Partido Comunista lo coloca en su estrategia de “seguridad de datos”, categoría que equipara la información con minerales estratégicos o fronteras físicas. Defenderlo representa salvaguardar una palanca de influencia blanda con repercusiones a largo plazo.

El fondo del asunto apunta a la gobernanza en una era donde los algoritmos definen el orden de las conversaciones públicas y sobre todo el estado de ánimo de países enteros. En Estados Unidos, la inquietud central se concentra en la manipulación electoral: el temor de que TikTok pueda modificar flujos informativos, instalar narrativas favorables a China o exacerbar divisiones sociales. La experiencia de 2016 con Facebook y la intromisión rusa alimenta ese recelo y marca cada paso regulatorio.

El dilema rebasa los marcos de seguridad. Lo que se encuentra en juego es la definición de la esfera digital como espacio público. El algoritmo de TikTok, junto con otras grandes plataformas, delinean qué se convierte en tendencia y qué se hunde en el silencio. Controlarlo significa decidir quién escribe las primeras líneas de la memoria colectiva.

Los legisladores estadounidenses ven en una venta parcial la oportunidad de recuperar margen de maniobra. Sin embargo, especialistas señalan que cambiar de propietario no resuelve la concentración de poder. Los sistemas de Meta o YouTube ejercen un dominio semejante sin ofrecer transparencia real. El país que busca limitar a TikTok todavía carece de regulaciones efectivas para sus propias corporaciones tecnológicas.

Pekín presenta la defensa del algoritmo como un acto de dignidad nacional. El gobierno asegura que renunciar a él equivaldría a aceptar un despojo tecnológico comparable con las humillaciones coloniales del siglo XIX. En esa narrativa, proteger TikTok implica resguardar un proyecto histórico de autonomía.

El forcejeo supera por mucho la suerte de una aplicación en los teléfonos de adolescentes. La pugna por TikTok exhibe la transformación de los algoritmos en armas de poder blando, herramientas de diplomacia cultural y piezas centrales de la gobernabilidad digital.

En esta encrucijada emerge un hecho contundente: los algoritmos funcionan como territorios de poder. La contienda en torno a TikTok confirma que la política global se disputa en fórmulas matemáticas que ordenan la atención colectiva. Quien conserve el control del código decidirá cómo se distribuye el capital más valioso de esta época: la atención. El futuro de la cultura, la seguridad y la deliberación pública se escribe en esas líneas invisibles que determinan lo que aparece en cada pantalla.