La sexy burbuja algorítmica

La corrección del mercado podría desnudar a los corporativos que están apalancados únicamente en la fe.


Miguel Ángel Romero
La sociedad del algoritmo

El entusiasmo por la inteligencia artificial ha dejado de ser una tendencia tecnológica. Se ha convertido en una fe económica. El Banco de Inglaterra lo advirtió: los mercados están inflados por expectativas que no pueden sostenerse. En su más reciente informe, el Comité de Política Financiera advierte que el riesgo de una corrección drástica crece a la misma velocidad que la euforia inversora. No se trata de miedo irracional. Es una lectura empírica de los datos.

Cinco empresas dominan hoy un tercio del valor del S&P 500: Nvidia, Microsoft, Alphabet, Amazon y Meta. Esa concentración resume la anatomía de una burbuja: capital masivo girando en torno a una narrativa única. En los noventa, fue internet. En 2025, el relato se llama IA. La diferencia es que ahora los mercados no sólo compran acciones, compran percepción e imaginación algorítmica.

El Fondo Monetario Internacional traza la misma línea de alarma. En su análisis, The Global Impact of AI: Mind the Gap, sostiene que los beneficios reales de la inteligencia artificial llegarán de forma desigual y lenta, mientras las valoraciones se disparan como si ya hubieran ocurrido. Kristalina Georgieva, su directora, advierte que “la fe en el impacto transformador de la IA podría revertirse tan rápido como creció”. La frase sintetiza la fragilidad del momento: la economía mundial camina sobre la cuerda floja de una expectativa colectiva.

El flujo de capital ilustra la escala del fervor. En el primer trimestre de 2025, las startups de inteligencia artificial captaron más de 73 mil millones de dólares, casi el 60 % del capital de riesgo global. El dinero persigue la palabra “inteligencia” más que los resultados. En esa lógica, cualquier producto con un modelo predictivo o un chatbot se convierte en promesa de rentabilidad infinita. La especulación ha desplazado la evaluación. Pero cuando el mercado olvida la diferencia entre innovación y expectativa, lo que sigue no es expansión, sino desilusión.

El Banco de Inglaterra lo describe con una claridad que incomoda. En su informe Financial Stability in Focus, advierte que la homogeneidad algorítmica -el uso de modelos similares en instituciones financieras distintas- amplifica el riesgo sistémico. Si todos los algoritmos reaccionan igual ante una señal de venta, la caída será simultánea y profunda. A eso se suma la dependencia de pocos proveedores de chips y nubes de datos, lo que deja la economía global atrapada en un cuello de botella tecnológico.

La burbuja de la inteligencia artificial no sólo amenaza al mercado. Redefine el poder. Las corporaciones que controlan los modelos de lenguaje y la infraestructura digital ya son las nuevas instituciones del siglo XXI. Regulan sin Estados, legislan sin Congresos y moldean la percepción colectiva del futuro. Un estallido financiero en ese ecosistema no sólo redistribuiría capital; redistribuiría autoridad.

Lo que está en juego es más que una corrección bursátil. Es la posibilidad de que la inteligencia artificial, diseñada para optimizar decisiones, termine replicando el mismo patrón humano de exceso de confianza. El capitalismo digital se alimenta de historias que prometen expansión infinita, y la IA ha producido la más persuasiva de todas.

El desafío consiste en convertir la fascinación en método. La estabilidad requiere políticas que obliguen a auditar modelos, transparentar algoritmos y medir resultados con criterios de valor social y no sólo de capitalización. El futuro de la inteligencia artificial dependerá de una ecuación sencilla: cuánto de su promesa se traduce en productividad real. Si esa relación se rompe, el algoritmo de la fe habrá reemplazado al de la razón. La “corrección” del mercado sobre esta industria está próxima. ¿Quiénes ganarán y quiénes perderán?