La sopa está lista: políticas públicas antirracistas

La generación de los años noventa que impulsó el movimiento de pueblos originarios y afrodescendientes contemporáneo marcada por el auge zapatista en 1994



Creo que, en comparación con otros, este sexenio entrante tiene la mesa más puesta que nunca para poder impulsar políticas públicas contundentes contra el racismo. Veo al menos dos generaciones—la de los 1990 y la de los 2020—coincidiendo y reuniendo los ingredientes necesarios para cocinar políticas efectivas.

Por un lado, la generación de los años noventa que impulsó el movimiento de pueblos originarios y afrodescendientes contemporáneo marcada por el auge zapatista en 1994 y por la organización de pueblos afrodescendientes en la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca desde 1989. Este avance sigue vigente: el pasado 9 de agosto se aprobó una reforma al artículo 2º promoviendo derechos en salud, educación y consultas para dichas comunidades. Paralelamente, una nueva generación ha emergido, formada por colectivos jóvenes como Racismo MX, Prietologías, Mano Vuelta, Basta Racismo A.C. y muchas más, que en apenas un lustro han pasado del activismo en redes a agendas de incidencia concretas, impulsadas por el innegable discurso racializado de López Obrador y eventos globales como el asesinato de George Floyd.

Estas dos generaciones son ahora contemporáneas y su combinación aporta los ingredientes necesarios para políticas públicas antirracistas: tomadores de decisión y propuestas concretas.

En cuanto a tomadores de decisión, algunos de los líderes fundadores noventeros siguen activos haciendo política. Por ejemplo, Sergio Peñaloza, cofundador de México Negro A.C., ha llegado a cargos públicos: se convirtió en el primer diputado afrodescendiente del país. La nueva legislatura también incluirá activistas como Rosa María Castro, quien ha sido una líder por décadas en el movimiento de mujeres afrodescendientes. Asimismo, si bien el movimiento zapatista se ha replegado hacia la autonomía local, también emite posicionamientos en elecciones nacionales como su apoyo a Marichuy en 2018. Además, personas cercanas al movimiento han ocupado cargos importantes, como el activista y formador mixe Adelfo Regino, director del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) — aunque ahora le toca a Sheinbaum renovar el nombramiento del INPI.

En cuanto a propuestas, vale la pena ver un ejemplo reciente: la “Agenda Nacional Contra el Racismo”, presentada por RacismoMX el 13 de septiembre. Esta incluye 20 propuestas desarrolladas por al menos 60 organizaciones. Divididas en cuatro ejes, las propuestas destacan la mejora de los datos étnico-raciales, la creación de un Museo Afromexicano y acciones afirmativas en el sistema judicial y en el Congreso. Creo que es uno de los ejercicios más transparentes, inclusivos e inteligentes que he visto en la materia en los últimos años.

Estos dos ingredientes se mezclan en el caldo de la narrativa actual. Las discusiones sobre el racismo están presentes en la idiosincrasia nacional en redes sociales, medios de comunicación e incluso en la academia. Desde hashtags como #prietos, #whitexicans, y #fifísvschairos, hasta innumerables cuentas de sátira y activismo. Ejemplos puntuales y para nada exhaustivos como actores como Yalitza Aparicio, comediantes como Carlos Ballarta (“Tlatoani Standup Comedy”), podcasts como Afrochingonas, investigaciones académicas como las del Colegio de México (“Color de Piel”) y análisis como el de Viri Ríos (“Así No Es”). Sin duda, el debate está en la mente mexicana: pica, muerde, es incómodo, hilarante, polarizante, incluso hiriente, pero real, nunca indiferente.

El mayor reto será que estas propuestas y estos líderes logren llegar a los verdaderos tomadores de decisiones: aquellas televisoras que capitalizan producciones como La Casa de los Famosos y mantienen una plantilla casi exclusivamente blanca en sus programas; aquellos en el Congreso que se hacen pasar por otra identidad para robar curules de representación afirmativa; y aquellos empleadores y universidades sin incentivos, ni intrínsecos ni tributarios, para abrir las puertas a poblaciones indígenas, afrodescendientes, prietas y migrantes.

Sin embargo, creo que la sopa se está cocinando y está lista para dejar atrás a los detractores simplistas que tachan al movimiento antirracista de “resentido” y de ser #pobresporquequieren, y para llevar el debate al mundo de la evidencia, las propuestas concretas, los datos, los liderazgos, y en general una agenda estructurada que deje con buen sabor de boca a todos.

Maestro en políticas públicas por la Universidad de Harvard y en Economía por el ITAM.