La tragedia que sí se pudo evitar

La negligencia del Estado mexicano agrava los estragos de las lluvias, dejando una tragedia evitable marcada por la falta de prevención y respuesta.



Otra vez, el agua desnuda la fragilidad del Estado mexicano. Cinco estados –Veracruz, Puebla, Hidalgo, Querétaro y San Luis Potosí– están de luto por las lluvias que dejaron más de 70 muertos, decenas de desaparecidos y miles de damnificados. No fue un desastre natural en sentido estricto: fue una catástrofe anunciada, magnificada por la negligencia, la improvisación y la soberbia de los gobiernos.

Las imágenes son desoladoras: comunidades enteras bajo el agua, familias atrapadas, caminos cortados, pueblos incomunicados. Y mientras tanto, los funcionarios estatales se limitaban a “monitorear la situación” y emitir boletines vacíos. La ayuda llegó tarde y mal, cuando el agua ya había cobrado vidas.

El discurso oficial, predecible: “Nadie podía prever que llovería tanto”. Una excusa tan vieja como el abandono mismo. En un país donde el presupuesto para prevención se reduce año tras año, donde los atlas de riesgo duermen el sueño burocrático y donde la protección civil se convirtió en una oficina decorativa, la tragedia no sorprende: indigna.

El costo de desaparecer al Fonden

El gobierno federal insiste en que la desaparición del fideicomiso del Fonden fue un acto de “racionalización administrativa”. Hoy, la realidad demuestra que fue un error político y humanitario. Ese fondo -con todos sus defectos y corruptelas– garantizaba recursos inmediatos para atender emergencias. Ahora, sin él, los damnificados esperan que alguien decida cuándo, cómo y a quién ayudar.

La Presidenta asegura que hay dinero suficiente, pero nadie sabe dónde está, ni quién lo administra, ni bajo qué reglas se ejercerá. El resultado: lentitud, opacidad y desamparo.

No se trata sólo de cifras: se trata de vidas que pudieron salvarse, de comunidades que pudieron ser evacuadas a tiempo, de un Estado que prefirió la retórica al trabajo. Cuando la política se impone sobre la técnica, lo que llueve no es agua, sino tragedia.

El silencio de la Presidenta

Como si la indiferencia institucional no bastara, el episodio en el que Claudia Sheinbaum calla a un joven damnificado que le exigía ayuda oportuna, retrata con crudeza el talante del poder. En lugar de escuchar el reclamo legítimo de quien lo perdió todo, la mandataria optó por el silencio autoritario. Un gesto breve, pero elocuente: el gobierno que presume sensibilidad social no tolera la voz del dolor cuando le resulta incómoda.

Ese momento –captado por las cámaras y compartido por miles en redes– se volvió símbolo de una administración más preocupada por controlar el mensaje que por atender la emergencia.

La factura de la soberbia

Las lluvias de estos días dejan una lección que el poder se niega a aprender: no hay transformación posible sin responsabilidad. Mientras la propaganda se ocupa de los aplausos, la realidad exige planeación, inversión y humildad para escuchar a los expertos. Pero el gobierno, en todos sus niveles, eligió mirar hacia otro lado. Hoy, la naturaleza les pasó la factura, y la pagaron los más pobres.

Epílogo

En México no mueren por las lluvias, mueren por la indolencia. Y mientras los discursos prometen reconstrucción, en los pueblos anegados la gente lo único que pide es algo que este gobierno parece haber olvidado: una respuesta inmediata, transparente y humana.