Boris Berenzon Gorn
Durante las olimpiadas, se volvió viral el caso del tirador turco que obtuvo el segundo lugar en el campeonato, a pesar de no contar con los equipos avanzados con que contaban otros tiradores. Del asunto salieron memes y hasta versiones de anime reflejando la sorpresa que produjo el acto del amante de los gatos.
¿Cómo era posible tal precisión prescindiendo de los elementos de los que se sirvieron otros tiradores? Si planteamos una analogía, podemos preguntarnos qué pasaría si dos personas estuvieran encerradas en habitaciones con cerraduras de seguridad. Una de ellas tendría a su alcance herramientas, ganzúas, martillos, hasta una sierra eléctrica; la otra estaría completamente sola y sólo podría ver en el suelo la llave de la habitación.
Está claro cuál de las dos saldría con facilidad y eficacia, a pesar de carecer de los elementos cuasi ornamentales de la otra. En el mundo de la información pasa algo similar. Vivimos en la era de la hiperinformación: la cantidad de datos de la que podemos disponer al simple alcance de una mano es brutal e incomparable con otras épocas de la humanidad. Y, sin embargo, eso no nos ha convertido necesariamente en mejores tiradores; antes bien parece que nos entorpece, como si lleváramos una carga que inutiliza las manos y obstruye la mirada.
¿Qué de todo lo que tenemos a la mano puede ser considerado como verdadero? Ya la pregunta encierra una profunda carga filosófica, epistémica. No hay una sola respuesta. Al menos, la filosofía occidental lleva discutiendo este tema por más de dos mil años. El mito de la caverna narrado por Platón en La República, tan popular hoy en día, sigue siendo tan vigente como incomprendido. Parece que, en el fondo, todos creemos ser ese hombre valiente que salió a la luz, conoció el mundo y volvió con sus compañeros a contarles todo para, finalmente, terminar como Sócrates, siendo asesinado por hacerlo. Todos creemos que es el otro quien vive en el mundo de las sombras.
Y es que ese es precisamente el punto de la historia. La verdad no es un problema de información, sino de comprensión e interpretación rigurosa. Todos los prisioneros de la caverna creían poseerla al contar con datos similares, pero ninguno estaba dispuesto a dudar de lo que percibía. En parte, porque la verdad es un asunto social, tiene sentido y valor colectivos. Eso queda demostrado porque el disidente terminó siendo asesinado. En segundo lugar, implica un trabajo: el trabajo de la duda, de la pregunta. Y si algo es la duda, es angustia, dolor. Nadie quiere sufrir reconociendo el piso resbaloso en que está; prefiere tomarse de la mano con otros y dar vueltas en círculo antes que arriesgarse a no salir bien librado.
La información excesiva, en parte, se produce como consecuencia de la transparencia, como lo sostiene Byung-Chul Han en La sociedad de la transparencia, donde, al diluirse las esferas de lo privado y lo público y convertirse la sociedad en un cúmulo de autovigilancia impuesta, se pierde la profundidad y el valor recae en lo superficial. La llamada “sociedad de la información” produce hoy una cantidad impresionante de datos; cada segundo estos se crean y se transmiten con gran velocidad. radójicamente, a pesar de la diversidad de los creadores, de la posibilidad de que cualquiera pueda aportar la diferencia, lo que nos encontramos en las redes es una montaña infinita de “lo mismo”.
La imitación ha sido siempre fundamental en el aprendizaje. Así aprendimos a caminar, hablar, comer y hasta sonreír. Pero en nuestros tiempos, la imitación ha llevado a una superficialidad incontrolable. Los llamados “trends” de TikTok son un fenómeno muy curioso que refleja la tendencia a la pérdida de lo profundo, de lo diferente. Una persona sale haciendo un baile, usando un filtro, probando un producto, cualquier cosa. A veces esa misma persona se vuelve viral, otras veces es encontrada de manera casual por alguien que se volverá viral repitiendo lo que ella o él han hecho.
Después de un tiempo, la red se satura de miles de rostros haciendo las mismas cosas. Las vistas se basan entonces en la comparación y no en la duda o la controversia de lo que representa o fomenta el trend. Algunos de ellos parecen completamente inofensivos, pero otros han resultado ser homofóbicos, misóginos, clasistas o hasta racistas, reproducen ideas erróneas o violentas, fomentan la preservación de statu quo o llaman a realizar acciones autodestructivas, pero la mayoría de los repetidores no son capaces de verlo, de comprenderlo. Se multiplica lo simple, se reproduce lo complejo, se anula la capacidad crítica.
Para abrir la puerta no necesitamos un martillo o una sierra eléctrica; solo requerimos tener la llave. El problema es que el exceso abruma y elimina el pensamiento. Quizá el hombre encerrado con todas las herramientas tenía también la llave entre ellas. Pero ¿qué pasaría si no supiera distinguirla? Se aferraría, sin duda, a emplear lo que tuviera a su alcance para salir, hasta destrozarlo todo o caer agobiado al suelo. En términos de información, tenemos que aprender a discernir las llaves y desechar lo innecesario. ¿Cómo podemos justificar la interpretación de priorizar la calidad sobre la cantidad, incluso si eso significa nadar contra la corriente? La hermenéutica es fundamental en esta reflexión, ya que nos invita a indagar en las razones y significados de nuestras elecciones. Al hacerlo, debatimos con las presiones sociales que valoran el éxito en términos cuantitativos. Así, la hermenéutica nos ayuda a apreciar que la calidad ofrece un valor más profundo y auténtico, promoviendo vínculos significativos ante el saber.
Hilo de telaraña. “…Y si ahora lo arrancamos de su caverna a viva fuerza y lo llevamos por el sendero áspero y escarpado hasta la claridad del sol, ¿esta violencia no provocará sus quejas y su cólera?” Fragmento de El Mito de la Caverna, de Platón.