Era el año 2000, entraba el trienio de la entonces delegación Cuauhtémoc al mando de la hoy diputada Dolores Padierna. Fui nombrado director de Seguridad pública en esa demarcación.
El día, 1 de octubre que tomábamos posesión; recuerdo, en reunión, en su sala de juntas, dos momentos: primero comentó:
“Compañeros (as), ahora sí hemos llegado, es momento de operar, hemos dejado de ser oposición”.
La segunda, fue presentarme ante su equipo, y más que yo era el único que no venía con ella desde la década de los 80. No acaba de introducirme cuando el hoy difunto ingeniero José Luis Muñoz Soria, muy molesto, le reclamó:
“… ¿por qué traes alguien de afuera si aquí tienes compañeros que te hemos seguido en la lucha?”.
Ella, muy molesta dijo: “Muñoz, hoy necesitamos técnicos, no compañeros. Nadie sabe de seguridad”.
Lo ordenado por Padierna era clave: operar sin voltear a ver al partido y siempre en forma profesional, basado en conocimientos en la materia.
Esta pequeña historia viene a colación por los resultados de la marcha del 2 de octubre pasado con el saldo por todos conocido.
Los que han gobernado la Ciudad de México por 28 años y la República por siete son los mismos que han creado estas acciones impunes, que ven en los marchistas su historia de vida.
Por ello no nos debe sorprender declaraciones como estas: “Al diablo con las instituciones” y “no me digan que la ley es la ley”.
Las dos declaraciones anteriores han llevado a romper instituciones como la Policía Federal y dañado mortalmente a las Fuerzas Armadas, sin mencionar decenas de ellas que representaban control, contención y vigilancia de gobierno y gobernantes.
Esa es la línea y esa es la escuela de la clase política mexicana.
El problema no es retórico, es de hábitos de gobierno; normalizar la corrupción, la inseguridad y la impunidad como si no existieran en su imaginario personal y colectivo es la constante.
Hoy gobiernan quienes decidieron estas violentas respuestas: Encinas, Sheinbaum, Pablo Gomez, Noroña, por decir algunos que, desde 1997 que administran la ciudad, le han dado largas para resolver esta violencia sistemática en todas las marchas.
Todo ello ha provocado que grupos como las feministas, la CNTE, los ayotzinapos, los estudiantes agraviados de la UNAM, entre otros, se envalentonen. El problema del empoderamiento con impunidad es saberse intocables ante el crecimiento de la violencia sin límites.
Queda probado y manifiesto lo anterior al escuchar al secretario de Seguridad Pública de la CDMX para defender la inacción de la policía y justificar la falta de respuesta a una viciada libertad de expresión, al negarse a “reprimir” para no caer en provocaciones.
Ernesto López Portillo nos aclara las dudas del secretario al señalar que “no se debe confundir el uso de fuerza con represión”. La primera está regulada por un protocolo de actuación; la segunda es el uso de la violencia y fuerza sin sentido.
La policía de la Ciudad de México sabe muy bien qué hacer y cómo hacerlo, es referente mundial en el manejo de marchas, mítines y plantones violentos, diario lo practican y mejoran. El tema es que la instrucción dada es “no hacer nada”, sólo contener, aguantar. Por eso los van a premiar, para evitar, de igual manera, que los policías se quejen o denuncien.
Al sumar todo lo escrito pareciera que los próximos meses veremos un asomo de anarquía en la ciudad, que al parecer, no sabrán manejar. ¿Cómo negar su origen?




