La añeja cultura del servilismo no termina, sólo se transforma. Su origen, potenciado con las religiones, se recrea en todas partes. Las expresiones son grotescas e indignas. Poco importa, se trata de recibir un mendrugo, un pedacito de poder, un guiño de aquellos que también llegaron arrastrándose y estirando la mano.
El costo es alto. Se espera la reproducción de favores a cambio de privilegios. El presupuesto como botín. La sed de ganancias con recursos públicos es insaciable, el pago: la renuncia a los principios, entre más alto en el escalafón más amplia la renuncia a las hipotéticas utopías juveniles.
Los genuflexos caminan por la vida viendo hacia el suelo, olfateando donde está el poder y también visualizando en el horizonte su acomodo. No tienen freno ni límites a su oportunismo. Se adaptan con facilidad a cualquier forma de gobierno, estilo y lenguaje. Niegan ser traidores a su pasado, nunca lo escriben, no es necesario, su memoria sufre vacíos selectivos. Los discursos, cuando hablan, están cubiertos de melaza y celofán desechable. Su pasado es intercambiable, todo al gusto del nuevo mandamás. Su referencia curricular se adapta de acuerdo a los tiempos. Se disfrazan para cada ocasión.
¿Duermen en paz? Su conciencia no localiza al arrepentimiento. Miran a los ojos sin problema y hasta festinan su metamorfósis política. Presumen de su sobrevivencia en un sistema de alta competencia. Despiertan buscando compradores de su entreguismo, gozan y digieren humillaciones, el elixir necesario de su adaptación.
Los genuflexos están en todos lados, en la academia, en los partidos, en los gobiernos, en el deporte y los diversos circuitos de la vida social, económica y cultural. No se esconden. Son visibles. Trepan con agilidad pasmosa y llegan a lugares inimaginables. Saltan protegidos por la red de su cíclica ambición.
¿Quieren ver a algunos? Los más evidentes son miembros del gobierno, obedientes y pusilánimes; diputados y senadores del oficialismo morenista. Hombres y mujeres sin escrúpulos que levantan la mano a la señal de sus amos. Seres sin escrúpulos ni vergüenza. Otrora izquierdistas y hasta demócratas. Hoy defensores del militarismo y la destrucción de la división de poderes. Agachones, de espinazo dúctil. Listos para las reverencias.
Sí, gobiernan los genuflexos, los arrodillados, los que no aportan ninguna idea trascendente y que hoy se caracterizan por repetir únicamente el eco que llega de Palacio Nacional. Ese lugar dónde habita la sin razón. La fábrica de conspiraciones y atropellos. Quizá, figuren en la historia como lo que son: simples piezas desechables.
@pedro_penaloz