Señal: lo internacional y lo doméstico se intersectan
Tendencia: los retos se abordan desde una perspectiva de seguridad multidimensional
La visita de Marco Rubio a México dejó una señal clara: la relación bilateral ha entrado en una etapa en la que ya no se negocia campo por campo, sino en un tablero donde todo se cruza. Lo económico, lo diplomático, lo militar y lo tecnológico se ponen sobre la mesa al mismo tiempo. La seguridad dejó de ser un asunto aislado y se convirtió en el eje que condiciona otros ámbitos de la cooperación.
En el plano oficial, los anuncios parecieron moderados: la creación de un grupo binacional de alto nivel, el compromiso de combatir el fentanilo, la insistencia de Estados Unidos en que este objetivo es no negociable y la defensa firme de la presidenta Sheinbaum de la soberanía mexicana, rechazando cualquier forma de intervención militar. Pero lo que realmente estuvo en juego fue la articulación de varios campos del poder: la presión arancelaria como herramienta económica, la exigencia de resultados en seguridad como condicionante político y el despliegue diplomático como marco de cooperación.
Lo que vivimos es la consolidación de un problema interméstico: aquello que es simultáneamente doméstico e internacional. El narcotráfico y el tráfico de fentanilo, que en México se viven como problemas de seguridad interior, en Estados Unidos se traducen en presión política y en riesgos electorales. Y cuando Washington asocia directamente aranceles y comercio con los avances en seguridad, lo que antes eran agendas separadas se vuelve una sola ecuación.
Esta lógica híbrida nos lleva a repensar la coyuntura actual desde un ángulo más amplio, el de la seguridad multidimensional, aquella que incorpora factores sociales, económicos, tecnológicos y energéticos, además de los militares. Lo que reveló la visita de Rubio es justamente eso: la seguridad ya no se mide sólo en decomisos de droga o detenciones de capos, sino en la fortaleza institucional, en la capacidad económica para resistir presiones, en la soberanía tecnológica para controlar insumos estratégicos y en la cohesión social para enfrentar al crimen organizado.
México necesita reconocer esta transformación. No basta con repetir la narrativa de soberanía, ni con resistir presiones externas caso por caso. Hace falta diseñar una estrategia nacional que articule todos los campos del poder de manera integral, que entienda que la seguridad hoy es interméstica y multidimensional. Si no lo hacemos, seguiremos jugando en un tablero diseñado en Washington, con reglas que no escribimos.
La visita de Rubio mostró que los muros entre lo interno y lo externo se derrumban. México está obligado a repensar su seguridad y su diplomacia como un entramado inseparable, donde lo que ocurre en las aduanas, en los tribunales, en las cadenas de suministro y en los laboratorios científicos forma parte de la misma batalla. El desafío es dejar de reaccionar a cada presión y construir, desde dentro, una estrategia capaz de sostener al país en todos sus campos del poder.

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