Señal: identidad de partidos como respuesta a vacíos ciudadanos
Tendencia: partidos necesitan conectar con nuevos vacíos
Durante el siglo XX, los partidos fueron la arquitectura que dio forma a la vida política mexicana. Cada uno surgió como respuesta a un vacío de su tiempo: el PRI institucionalizó la Revolución, el PAN propuso una ética cívica frente al poder hegemónico y el PRD canalizó la inconformidad social y la exigencia de justicia.
Entre los tres construyeron un equilibrio inestable, pero funcional: orden, conciencia y pluralidad.
Con el tiempo, esos fundamentos se agotaron. El autoritarismo que justificó al PAN se diluyó con la alternancia, la Revolución que legitimó al PRI se volvió memoria y la desigualdad que dio identidad al PRD se fragmentó en causas específicas. Las estructuras permanecieron, pero el relato se vació. La representación formal subsistió, pero la conexión emocional con la ciudadanía se debilitó.
La decisión del PAN de romper con el PRI puede leerse como un intento de recuperar coherencia más que como ruptura ideológica. Busca restablecer fronteras simbólicas y reencontrar propósito en un entorno donde la pertenencia política se ha vuelto volátil.
El PRI, por su parte, mantiene estructura pero no narrativa. Reducirlo a su dirigencia sería simplista: aún representa redes locales que podrían renovarse si se someten a un proceso real de modernización.
Morena enfrenta el reto inverso: pasar de movimiento a institución sin perder conexión ciudadana. En conjunto, el sistema muestra partidos que conservan presencia, pero no proyecto.
Si cada partido nació para llenar un vacío —el de la institucionalidad, la conciencia o la justicia—, cabe preguntar cuáles son los vacíos de hoy que aún no tienen representación política.
El vacío del futuro.
México carece de una visión compartida de largo plazo. Los ciclos sexenales sustituyen la planeación y las políticas se conciben como administración de crisis. Un proyecto político relevante debería ser, ante todo, un laboratorio de futuro.
El vacío de la verdad.
En una era de información abundante y confianza escasa, recuperar la verdad como bien público es tarea política. No se trata de imponer certezas, sino de construir credibilidad mediante evidencia y transparencia.
El vacío de comunidad.
Las desigualdades y la polarización han debilitado la idea de un “nosotros”. Un nuevo proyecto debería recomponer vínculos entre regiones, generaciones y sectores, recordando que la interdependencia también es identidad.
El vacío de la ética pública.
La política se percibe como medio de poder más que de servicio. Recuperar la ética no implica moralizar el discurso, sino establecer coherencia entre palabra y acción. Transparencia, rendición de cuentas y consistencia operativa son condiciones mínimas para reconstruir legitimidad.
Estos vacíos —de futuro, de verdad, de comunidad y de ética— marcan la agenda del siglo XXI. Son los espacios donde la política puede volver a tener sentido si se atreve a representarlos.
Refundar no es demoler, sino reconectar la política con la sociedad.
Implica tres tareas: recuperar propósito, modernizar estructuras y reinventar el lenguaje. México necesita partidos que vuelvan a ser espacios de formación cívica, no sólo maquinarias electorales. Si logran adaptarse a los nuevos vacíos de sentido, podrán recuperar su función de cauce entre la sociedad y el Estado.
La ruptura entre el PAN y el PRI es más que un episodio táctico: marca el cierre de un ciclo fundacional. Las instituciones que dieron estabilidad al siglo XX enfrentan ahora el desafío de reinventarse para un país más diverso y más impaciente.
México no necesita más partidos, necesita causas que se vuelvan instituciones. Si alguna fuerza logra reconocer los vacíos de esta época y convertirlos en proyecto colectivo, habrá encontrado de nuevo el alma de la política.
Porque los países no se transforman sólo con programas o ideologías, sino con la capacidad de imaginar un “nosotros” que todavía no existe.

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