Marchamos, y luego ¿qué sigue?

Angélica de la Peña La manifestación pública, la toma de las calles, irrumpen contra la simulada apacibilidad del “no pasa nada”, “todo es perfecto”. ¿Perfecto?, ¿desde el punto de vista de quién?  Las primeras marchas más emblemáticas han sido las convocadas por los obreros cada primero de mayo desde el siglo XIX. Han sido necesarias

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Angélica de la Peña

La manifestación pública, la toma de las calles, irrumpen contra la simulada apacibilidad del “no pasa nada”, “todo es perfecto”. ¿Perfecto?, ¿desde el punto de vista de quién?  Las primeras marchas más emblemáticas han sido las convocadas por los obreros cada primero de mayo desde el siglo XIX.

Han sido necesarias para protestar por las condiciones de explotación en las épocas en que el desarrollo industrial motivó a campesinos buscar mejores condiciones de vida y se convirtieran en obreros y obreras. Había que protestar contra la nueva  burguesía, adueñada de los medios de producción. Marchar por mejores salarios, dignos y suficientes, por derechos laborales, así fue constituyéndose como un derecho colectivo.

Las marchas, cualquiera que sea el asunto que las motive, tienen una característica: del lado de las calles está la sociedad, el pueblo, que reclama derechos; del otro lado está el poderoso, el que arremete con descalificaciones y amenazas desde sus aposentos del poder. No hay igualdad de condiciones. Nunca.

Intrínseco a las marchas, hay muchas historias para disuadir no se saliera a las calles. Hoy la contingencia ambiental decretada un día antes de la marcha del 13 para defender al INE, pareciera resultado de la invocación al supremo, para inventarse aire impuro, y ordenar se deje sin mover, una parte vehicular. Inevitable la suspicacia de que el gobierno de la ciudad pretendió desmovilizar la marcha. No dio resultado. Cuando hay determinación y motivo para asistir a una marcha, su convocatoria remonta cualquier argucia.

El contingente plural, con gente de todas las edades, tomó el Paseo de la Reforma para llegar en la concentración en el monumento de la Revolución y escuchar al primer presidente del organismo autónomo electoral, entonces el IFE, José Woldenberg. Su conocimiento y autoridad moral y ética en la materia, no puede ser cuestionado por nadie. Claro y contundente dijo lo que ha repetido en las últimas semanas: el INE no puede sufrir ninguna reforma porque se trastoca su objetivo de garantizar que la elección de 2024 sea limpia, ordenada, vigilada, y sobretodo independiente del gobierno.

Como sabemos, la reforma electoral del presidente está en la Cámara de Diputados. Aunque el PRI ha dicho que no se prestará para reformar al INE, circula que, como en la militarización, hay presiones de todo tipo desde el gobierno para garantizar los votos para la aprobación de esa perniciosa reforma a la democracia que se pretende desde Palacio Nacional.

Las diputadas y los diputados federales de Morena y de los grupos que les acompañan, pasarán a la historia como personas serviles al presidente. Es un grave problema que quienes están en un espacio parlamentario no analicen con sensatez de personas adultas, las repercusiones de su voto.

Hay reformas que necesita nuestro sistema electoral en un afán de perfeccionamiento, que las ocho anteriores no han sido suficientes para evitar la coerción del voto teniendo al narco en muchas regiones. Pero no hay que ser ilusos: esa discusión corresponda a otro ámbito del gobierno. Debemos ir al 24 con este organismo electoral y con estos preceptos constitucionales.

En la historia parlamentaria se constata la disciplina partidista de los grupos ligados al presidente; pero también las artimañas para presionar, o comprar, a legisladores de la oposición. Lo que sigue, es no confiarnos.

Defensora de derechos humanos