Mesías en política, ¿peligro y continuidad?

Claudia Sheinbaum enfrenta desafíos relacionados con el legado de AMLO, mientras su liderazgo se ve influenciado por la figura mesiánica de su antecesor, que sigue generando impacto político.



Muchos se han cuestionado cuándo llegará el momento en que la Presidenta de la República decida separarse de su pasado inmediato y tomar las riendas del país bajo su estilo propio de gobernar.
Desde el inicio de su sexenio, Claudia Sheinbaum ha tenido que lidiar, justificar y hasta proteger acciones ineficientes y corruptas que no fueron su responsabilidad.

Los continuos escándalos del equipo de AMLO y sus hijos; el huachicol fiscal que ha enlodado a una de las instituciones de mayor credibilidad en México; la exposición mediática y continua del hermano putativo del anterior presidente, Adán Augusto López y su secretario de Seguridad, son sólo algunos casos de los que se sabe. Resta esperar los que están por venir.

Los cuestionamientos diarios que se le hacen a la Presidenta en torno al encubrimiento de su antecesor son atípicos en la política mexicana, ya que en los partidos que han gobernado el país y han sido protagonistas de sucesiones presidenciales, al interior de sus grupos políticos existe la máxima de ignorar al que sale para concentrarse en el que entra e, inclusive, si llegara a estorbar, deslindarse de la relación o, peor aún, llevar acciones contundentes para apagarlo, opacarlo y alejarlo de la arena política.

Se dice, y se dice bien, que el silencio también hace ruido; López Obrador, sin emitir postura alguna de lo acontecido, sigue generando presencia activa en la gestión de la hoy Presidenta.
¿Qué pasa? ¿Por qué sucede este fenómeno de respeto y admiración por un personaje que está afectando su gestión?

La única explicación que hasta ahora se tiene es el perfil y personalidad de Andrés Manuel; su gran trayectoria como opositor y luchador social le sigue dando credibilidad a pesar de los magros resultados al frente del máximo poder político mexicano.

Esa personalidad la han calificado como mesiánica, un individuo que es percibido como una figura salvadora, con una misión trascendental de redención y transformación social; cargado de simbolismos, carisma y apelaciones emocionales más que argumentos técnicos. Un personaje que polariza entre “buenos y malos”, lo que refuerza su papel de redentor y le da la calidad moral de líder.

Suele terminar su “misión” inmolado, incomprendido y en plena soledad, situaciones que no sólo lleva “dignamente” sino que disfruta. Algunos honrosos ejemplos pueden ser Jesucristo y Mahoma; nefastos e históricamente perjudiciales, Mussolini y Hitler, entre otros más contemporáneos como Fidel Castro y Hugo Chávez.

Recordemos que Andrés Manuel hizo política opositora bajo esta personalidad y discurso; que aprovechó, desde la década de los 90 del siglo pasado, la oportunidad de gobiernos y partido fallidos para erigirse como aquel individuo poseedor de la verdad, la realidad y la esperanza para salvar al país, aunque las pruebas demuestren no sólo lo contrario sino lo contradictorio: robar, mentir y traicionar.
Pareciera que la Presidenta y los seguidores de este líder mesiánico están dispuestos a perder toda reputación y dignidad para darle credibilidad, apoyo y trascendencia.

Es claro que estos apóstoles tienen necesidad de seguridad, esperanza y fe a lo intangible; identificación emocional con este líder que los ha ahogado con un carisma omnipresente y promesas de redención colectiva que no se ven por ningún lado, así como un falso sentimiento de seguridad que nos ha dividido.

Para terminar esta peligrosa reflexión, tanto impacto y temor han causado estos personajes que el perfil de Andrés Manuel está siendo estudiado en Irlanda para entender el “populismo de izquierda” y desafiar sus narrativas. Pareciera que este modelo pudiera expandirse en otras latitudes.