México en la lista negra

México enfrenta tensiones crecientes con EE.UU. tras acusaciones financieras y diplomáticas que complican la relación bilateral.



La relación entre México y Estados Unidos vive un punto de inflexión peligroso. En menos de una semana, dos golpes secos desde Washington colocaron al país en una posición sumamente delicada frente a su principal socio comercial, pero también frente a la opinión pública internacional.

Primero, el Departamento del Tesoro norteamericano reveló investigaciones contra tres instituciones financieras por su presunta implicación en operaciones de lavado de dinero vinculado al tráfico de fentanilo. La acusación, respaldada por información de la Unidad de Inteligencia Financiera estadounidense, no fue menor: se trata de un señalamiento directo al sistema bancario mexicano como facilitador de flujos ilícitos que alimentan la epidemia de drogas en suelo estadounidense.

Después, la fiscal general Pam Bondi, en un gesto político sin precedentes, colocó a México en la lista de países adversarios de Estados Unidos en la lucha contra las drogas, junto a Irán, Rusia y China. La mención es grave por su carga simbólica y diplomática. Equiparar a México con regímenes considerados enemigos estratégicos por Washington rompe con décadas de cooperación –tensa pero constante– en materia de seguridad y combate al crimen trasnacional.

Estos dos hechos no pueden ser vistos de forma aislada. Se suman a un contexto bilateral ya de por sí tenso, marcado por redadas migratorias masivas, amenazas fiscales sobre las remesas y un discurso incendiario que ha vuelto a tomar fuerza con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. El telón de fondo es la fallida reunión entre el presidente estadounidense y la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, cancelada de último momento debido a la escalada en Medio Oriente y la decisión de Estados Unidos de lanzar un ataque militar contra Irán.

El aplazamiento del encuentro no es sólo un gesto diplomático diferido: es una señal de que la Casa Blanca prioriza otras agendas, y que México, para Trump, sólo regresa al lugar que ocupó en su primer mandato: el de un problema por contener, no un socio que escuchar.

Para Claudia Sheinbaum, el panorama es incierto y exigente. No sólo por la dificultad de negociar con un interlocutor tan impredecible como Trump, sino porque los márgenes de acción se han estrechado peligrosamente. Los señalamientos financieros implican un deterioro de la confianza que afectará las inversiones, los flujos comerciales y la cooperación técnica entre agencias. Pero lo más preocupante es que Estados Unidos ha comenzado a construir un expediente diplomático y judicial contra México que podría ser usado como moneda de presión o justificación para nuevas medidas unilaterales.

¿Está preparada la administración Sheinbaum para una ofensiva de ese calibre? ¿Tiene México capacidad real de interlocución en un momento en que el escenario global se radicaliza y la narrativa en Washington vuelve a dibujar a los mexicanos no como vecinos, sino como amenaza?

La política de buena vecindad no basta. Lo que se requiere es una estrategia de Estado que combine firmeza diplomática, depuración interna y claridad en la defensa del interés nacional. Sheinbaum enfrentará no sólo a Trump, sino a un aparato institucional estadounidense que ha comenzado a mirar a México con sospecha y, cada vez más, con desprecio.

Si no se corrige el rumbo, México podría dejar de ser socio estratégico de Estados Unidos para convertirse, de facto, en su chivo expiatorio.