Señal: crisis simultáneas exponen falta de visión a largo plazo
Tendencia: urgencia global de planeación estratégica
Vivimos una época de transformaciones simultáneas: el orden climático se descompone, el equilibrio geopolítico se reconfigura y las tecnologías emergentes remodelan el poder. Cada una de estas transiciones plantea desafíos existenciales, y no basta con reaccionar: los países que sobreviven y prosperan son aquellos que desarrollan capacidades institucionales para anticipar, planear y adaptarse estratégicamente a largo plazo. México, en cambio, sigue atrapado en el cortoplacismo político y presupuestal. En esta columna exploro tres fenómenos que ilustran la urgencia de repensar nuestro rumbo.
El colapso energético e hídrico ante un clima cambiante.
En los últimos días, varios estados del país experimentaron apagones debido a una demanda eléctrica disparada por temperaturas extremas. Este no es un evento aislado, sino una señal de que nuestro sistema energético -diseñado para otro siglo- no está preparado para enfrentar las nuevas condiciones del clima. Pero los riesgos van más allá del calor.
Los huracanes son más intensos, las sequías más prolongadas y las inundaciones más destructivas. El ciclo hidrológico está cambiando, y con él deberían cambiar nuestras políticas de infraestructura, urbanismo y gestión del agua. En lugar de adaptarnos, seguimos apagando fuegos -a veces, literalmente- sin un marco nacional de resiliencia climática que realmente se accione. ¿Dónde está la autoridad que piense el país eléctrico e hídrico del siglo XXI?
El mundo se rearma ante una superpotencia que se repliega.
La cumbre de la OTAN confirmó una realidad que lleva años gestándose: Estados Unidos ya no está dispuesto a ser el garante absoluto de la seguridad global. Los países europeos lo entendieron y aumentan su gasto militar y capacidades de defensa. ¿Y México? Necesita una doctrina de defensa moderna, con una estrategia de ciberseguridad robusta e inversión en inteligencia nacional.
Esto no significa incrementar el militarismo. Significa comprender que en un mundo cada vez más inestable -de guerras híbridas, crisis migratorias, ciberataques y disrupciones tecnológicas– no se puede vivir sin escudo propio. Seguimos confiando en un paraguas geopolítico ajeno que se está cerrando, sin preguntarnos cómo vamos a proteger nuestros intereses, recursos o poblaciones en escenarios futuros.
La IA ya decide, pero nadie la gobierna.
Sin hacer ruido, la inteligencia artificial ha comenzado a influir en decisiones que afectan vidas humanas: desde quién recibe un crédito hasta qué tratamientos médicos se recomiendan. En muchos casos, estos algoritmos son cajas negras: no sabemos cómo operan, con qué datos fueron entrenados, ni bajo qué principios actúan. No hay leyes claras, ni supervisión, ni debate público.
Esto abre la puerta a una nueva forma de poder: el poder sin rostro, sin regulación y sin responsabilidad. Si no desarrollamos capacidades institucionales para entender, auditar y gobernar la IA, México será simplemente un terreno de prueba para tecnologías extranjeras que decidirán por nosotros, sin que tengamos voz, voto o defensa
¿Qué podría y debería hacer México?
Primero, un Consejo Nacional de Prospectiva y Planeación Estratégica con autonomía constitucional, que trace hojas de ruta transexenales en áreas vitales como clima, defensa, tecnología, agua y salud.
Segundo, agencias técnicas especializadas por sector con continuidad operativa más allá del ciclo sexenal, capaces de traducir escenarios futuros en planes concretos.
Tercero, una cultura nacional de anticipación, desde la escuela hasta el Congreso, que entienda que planear no es burocracia: es supervivencia. Porque un país que improvisa no sobrevive.
El siglo XXI no será indulgente con quienes no se preparen. La estabilidad climática, geopolítica y tecnológica que alguna vez dimos por sentada ha desaparecido. Planear el futuro no es un lujo, es un deber del Estado. Y sin instituciones que lo hagan, lo que nos queda es incertidumbre, vulnerabilidad y dependencia. México, hoy por hoy, es un país sin brújula. Y eso tiene consecuencias.




