México sin brújula II: la renuncia a planear

México carece de un sistema funcional de seguridad nacional por falta de planeación, actualización y visión estratégica.



Señal: planeación estratégica de la seguridad nacional
Tendencia: estancada en México durante más de una década

La semana pasada escribimos en este espacio que México atraviesa un momento de extravío estratégico. Varias crisis como la energética, hídrica y fiscal convergen sin que exista una brújula clara que articule las decisiones del país. Esta semana, en un evento en el Senado, el general de brigada retirado José Alfredo Ortega Reyes señaló que México no cuenta hoy con un Programa de Seguridad Nacional vigente ni con una Agenda Nacional de Riesgos operativa. En sus palabras, no tenemos un sistema funcional de seguridad nacional. Y lo más alarmante: nadie parece tener prisa por reconstruirlo.

El último programa formal se emitió en 2014. Desde entonces, no se actualizó para los periodos 2019–2024 ni se ha diseñado el correspondiente al sexenio que comienza. La Agenda Nacional de Riesgos, pieza clave para anticipar amenazas, no ha tenido versiones públicas desde 2012, y su contenido es tan confidencial que ni los propios responsables de actuar pueden consultarla. En contraste, se ha etiquetado como “seguridad nacional” a temas tan dispares como el Tren Maya, la Lotería Nacional o las vacunas contra el covid, desdibujando el concepto y volviéndolo un arma de conveniencia política.

Lo que está en juego es crucial para la defensa del Estado. El Programa de Seguridad Nacional y la Agenda Nacional de Riesgos no son documentos burocráticos: son la columna vertebral de planeación estratégica del Estado mexicano. Son los instrumentos que permiten identificar fenómenos que podrían convertirse en antagonismos para la seguridad nacional, como el avance descontrolado de la inteligencia artificial, el cambio climático y sus efectos migratorios y económicos, o el rearme global que redefine alianzas y vulnerabilidades. Sin un sistema que alinee prioridades, identifique riesgos y coordine respuestas, el país queda expuesto y reactivo ante problemas que exigen previsión y claridad de rumbo.

Mientras otras democracias funcionales actualizan sus planes de seguridad cada cinco años, en México hemos normalizado la improvisación como método. Peor aún: el debate estratégico está ausente del Congreso, de las campañas y de la conversación pública. Como nación, parecemos más cómodos administrando la urgencia que planeando el futuro. Pero la realidad no esperará.

Necesitamos reconstruir la arquitectura de seguridad nacional con tres prioridades claras:
Primero, publicar y actualizar el Programa de Seguridad Nacional 2025–2030, alineado con las transformaciones del siglo XXI y con participación intersectorial.
Segundo, hacer pública al menos una versión ejecutiva de la Agenda Nacional de Riesgos, accesible al Congreso, gobiernos estatales y sociedad civil, sin comprometer información sensible.
Tercero, definir y priorizar con rigor qué constituye una amenaza, para evitar su uso discrecional y recuperar su sentido estratégico.

El mayor reto para la seguridad nacional no está en el crimen organizado, ni en las redes de espionaje extranjero, ni en las fronteras porosas. Está en la inercia institucional, en la negligencia estratégica y en la renuncia sistemática a pensar a largo plazo. El general lo dijo con claridad: México no tiene hoy un sistema funcional de seguridad nacional. Que esa afirmación no se diluya en la rutina. Que nos sacuda. Y que nos obligue, al menos esta vez, a mirar hacia adelante.