Terminé de leer el libro Crisis o apocalipsis de Javier Sicilia y Jacobo Dayán, una conversación amena sobre lo que acontece en el mundo y particularmente en México.
Me ha llamado mucho la atención la reflexión de Sicilia que transcribo a continuación:
“Unos buscan el control absoluto de todo; los otros, un Estado regulador que deje libertad a la producción y al desarrollo de los mercados. Ambos han terminado en lo mismo, la exclusión, la violencia y ahora grandes oleadas de migrantes que nadie quiere acoger”.
Lo que resulta de esta reflexión no es menor, significa que las dos grandes corrientes que han llevado las riendas del poder en México deberían tener la misma meta, a pesar de llegar por senderos diferentes: el bienestar y desarrollo de cada persona que vive o llega al país.
A casi 100 años de existencia del PRI, en el poder 70 años; más de 80 con 12 años gobernando por parte del PAN y cerca de 40 de la izquierda con la administración del país por siete años, no han sido suficientes para entender que:
“Lo accesorio que represente cualquier gobierno debe correr la suerte de lo principal, que es la ciudadanía”.
Esto significa que, a pesar de sus respectivas filosofías y formas de gobernar, deberían terminar por privilegiar al mexicano (a) en su territorio y población mediante políticas públicas de desarrollo que fueran más allá de los partidos, los sexenios y las personas.
Javier remata con la siguiente aseveración:
“Al final, unas buscan la libertad a costa de la justicia y las otras la justicia a costa de la libertad. Falta ese hilo que una a ambas. La fraternidad”.
¿Qué es lo que le hace falta a esa clase política mexicana? Como dice Sicilia: fraternidad.
Esta profunda palabra está representada por un valor humano y principio ético que se basa en la solidaridad, afecto y vínculo de hermandad entre las personas, sustentado en el reconocimiento de la igualdad y dignidad común.
Si existiera esa empatía y apoyo mutuo en la política, no existirían los calificativos que a diario nos dividen y enfrentan en clases, ideologías y hasta razas; hechos que ya se ven en forma cotidiana como el caso de la lady racista o de la violencia ejercida en razón de tomar espacios privados con el movimiento antigentrificación y de turismo masivo, resultado de manipular ideas erróneas del daño que nos hacemos unos a otros por no acceder a lo “que nos corresponde” hasta por la fuerza, despreciando al otro por su condición económica, nacionalidad y hasta color de piel, algo que supuestamente quedó superado en la primera transformación nacional.
Bien lo dice Javier en su diálogo con Jacobo, la falta de fraternidad, esa cooperación por encima del egoísmo que privilegie la igualdad, la justicia y paz social; valores que debería promover esa clase política mexicana tan desprestigiada y devaluada que nos mantiene a unos y otros en una espiral de violencia y delincuencia producto de ya un siglo de ineficientes y corruptos.
Con la fraternidad no se nace, pero sí con la posibilidad de serlo. La fraternidad se aprende, se elige y se cultiva a lo largo de la vida. Depende de cómo nos educan, cómo nos relacionamos y qué valores decidimos vivir. El problema radica en quienes desarrollan las bases de esa educación y desarrollo.
Ambos autores no dejan de cuestionarse, ¿crisis o apocalipsis? La reconstrucción o el fin de nuestra gobernabilidad.
Porque lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer.




