Señal: múltiples fallas a ritmo sostenido
Tendencia: alcanzando la fatiga de sistema
En física de materiales existe un concepto que explica mejor que muchos discursos políticos lo que vivimos hoy en México: las micro-fallas. Pequeñas fisuras invisibles que aparecen bajo esfuerzo constante. Ninguna es crítica por sí sola, pero cuando empiezan a conectarse, el material entero pierde resiliencia. El colapso final parece súbito; el deterioro que lo produce es lento, acumulado, silencioso.
No es la gran tormenta la que derriba un árbol, sino la raíz que ya estaba enferma.
No es un golpe brutal el que rompe un puente, sino millones de vibraciones que nunca se corrigieron. Los sistemas -naturales o humanos- rara vez fallan por una gran amenaza. Fallan cuando sus pequeñas grietas dejan de contenerse unas a otras.
La historia lo confirma. Roma no cayó el día que cruzaron sus fronteras, sino después de décadas de tensiones locales, déficits militares y lealtades fragmentadas que se fueron alineando.
México no está en ese punto. Pero las señales de fatiga acumulada están ahí, cada vez más sincronizadas.
Durante años, el país ha sostenido una tasa de homicidios por encima de 20 por cada 100 mil habitantes, cuando la mayoría de los países de la OCDE se mueven entre 2 y 3. No es un pico, es una meseta alta. Una normalidad que no debería ser normal.
Algo similar ocurre con la violencia contra quienes informan o gobiernan. Por más de dos décadas, periodistas, alcaldes y funcionarios municipales han enfrentado riesgos que no serían aceptables en ninguna democracia estable. Esa constancia -esa línea horizontal que no baja- es una micro-falla democrática.
En las carreteras, los transportistas ya no hablan de tramos peligrosos, sino de una sensación extendida de vulnerabilidad. El robo de carga dejó de ser un fenómeno regional y se volvió un riesgo estructural para mover mercancía. En el campo, muchos productores incorporan el “derecho de piso” como un costo más, no porque sea legal o legítimo, sino porque se volvió habitual.
El sistema de salud también muestra señales de desgaste: hospitales saturados, infraestructura que no se renueva al ritmo necesario y millones de recetas que no se surten cada año. No es un colapso; es una fatiga que se siente en la vida cotidiana de millones de familias.
Algo parecido ocurre también en el espacio cívico. El acto de marchar -que durante décadas fue un mecanismo claro de expresión social- también muestra signos de deterioro. Muchas movilizaciones se perciben hoy atravesadas por intereses partidistas, otras como acarreos disfrazados y otras más como expresiones de frustración sin un rumbo nítido. La marcha, que antes articulaba una demanda y ofrecía un cauce reconocible, convive ahora con escepticismo y confusión. No es una crisis; es una micro-falla más, un instrumento cívico que pierde nitidez mientras la sociedad busca nuevas formas de hacerse escuchar.
A esto se suma un sistema judicial saturado, lento y desigual. Cuando la justicia llega tarde o no llega, cada conflicto se vuelve un terreno incierto. Y la incertidumbre, cuando se acumula, también desgasta.
Lo decisivo no es que existan problemas -todos los países los tienen- sino que muchos de ellos llevan años sin corregirse, sostenidos en niveles altos, comparativamente anómalos y cada vez más interconectados. La inseguridad en carreteras golpea cadenas productivas. El desabasto de medicinas erosiona confianza. La violencia contra autoridades debilita municipios completos. La confusión en las marchas desordena la conversación pública.
La justicia lenta empuja a resolver por vías informales.
Cada micro-falla amplifica a la siguiente y juntas reducen la capacidad del país para responder y recuperarse.
Hablar de micro-fallas no es anunciar un colapso inevitable. México tiene reservas de resiliencia enormes: una sociedad civil viva, regiones que funcionan bien, sectores productivos dinámicos y una capacidad histórica de reconstruirse incluso en circunstancias adversas.
El punto no es provocar alarma, sino recuperar atención y recordar que todos los sistemas fallan menos por golpes extraordinarios que por la erosión de lo cotidiano. Las micro-fallas siempre avisan. La pregunta es si las escuchamos a tiempo.
Guillermo Ortega Rancé
@ortegarance

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