Es 25 de julio de 1992. Se acerca la medianoche en Barcelona. Antonio Rebollo, arquero paralímpico español, empuña su arco y apunta al pebetero. La flecha que lanza el triple medallista recorre 86 metros. La transmisión internacional engaña a todos y hace creer que la saeta enciende el fuego olímpico. Años después se supo que se siguió de largo. Como sea, aquella acción inmortalizó a esos Juegos y también al Estadio de Montjuic, un lugar de gestas deportivas… pero también un recinto de resistencia.
La última postal, el 18 de noviembre pasado. La selección de Palestina jugó en ese escenario ante el combinado de Cataluña. Fue parte de una gira que también pasó por San Mamés, en el País Vasco. “Es un partido más que simbólico. Los palestinos verán que hay una parte del mundo que piensa en ellos”, dijo Pep Guardiola, técnico del todopoderoso Manchester City, antes del juego en Montjuic, a la cadena de radio RAC 1.
El poder social del futbol. Treinta mil personas asistieron al Olímpico. En la tribuna se escuchaba “no es una guerra, es un genocidio” –hasta ahora van más de 170 mil muertos en la Franja, de los cuales casi 20 mil son niños– o “Palestina libre“, mientras que en la cancha se leía “football for peace” en cada esquina. El dinero que se recaudó irá para ayuda humanitaria y reconstrucción de Gaza, justicia y fin de la impunidad, entre otros rubros.
El futbol, a veces, puede ser un antídoto –pasajero– contra todos los males. Ehab Abu Jazar, seleccionador de Palestina, dijo en una entrevista para El País en días pasados que el balompié es “una forma de libertad. Nos permite escapar de las restricciones de la ocupación e imaginar una Palestina distinta, mejor”.
Otra postal, más antigua, en blanco y negro. Fue en el otoño de 1936. El campo de Montjuic dejó a un lado la pelota y se transformó en una ciudad temporal, donde sus nuevos habitantes eran personas que huían de la Guerra Civil. El estadio acogió a 21 mil personas desplazadas de toda España. Las gradas se usaron para tender la ropa, algunas zonas se adaptaron para que se dieran clases, y los vestuarios y oficinas se convirtieron en comedores, habitaciones y enfermerías. Para los niños –bendita edad–, el campo fue un enorme patio para jugar en medio de la guerra.
No fue una acción menor. Esas 21 mil personas fueron casi las mismas que llegaron refugiadas a México en el gobierno de Lázaro Cárdenas y también representaron 5 por ciento de la población que murió en el conflicto, que incluyó a los fallecidos en combate, las víctimas de la represión, la violencia política e, incluso, las enfermedades asociadas a la guerra.
El Olímpico de Montjuic –inaugurado en 1929 y renombrado Estadio Olímpico Lluís Companys, en 2001, en honor a quien fuera presidente de la Generalitat entre 1934 a 1939, ejecutado por el franquismo, tras proclamar la soberanía de “un Estado catalán” dentro de la República– fue casa del FC Barcelona durante los últimos dos años y medio, hasta el sábado pasado, que regresó a jugar al Camp Nou, aún en trabajos de remodelación. Sin un equipo que lo tenga como su hogar, el inmueble volverá a apagar sus luces y estará a la espera de tener una nueva cita con la historia.
X: @SergioBibriesca




