Morante y la eternidad entre la grisura: cuando el arte se impone al conformismo

Morante brilló en Las Ventas con una faena magistral, mientras Talavante y Rufo no encontraron la conexión con toros desiguales


Morante
Fotos: Manolo Briones

MADRID.- La plaza de toros de Las Ventas, ese coso que a veces parece devorar toreros y otras veces los consagra, fue escenario de un contraste brutal: entre la genialidad que se da pocas veces y la medianía que amenaza con instalarse como norma. El de siempre. Morante de la Puebla. El único capaz de hacer del tiempo, un aliado, del arte un dictado, de la lentitud un manifiesto. Todo lo demás fue ruido de fondo. Lo de Morante, en cambio, fue una sinfonía contenida en un solo toro, “Seminarista”, de 582 kilos, del hierro de Garcigrande, al que toreó como se torea cuando el alma pesa más que el cuerpo, cuando las muñecas son poesía y no simple técnica.

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El de la Puebla del Río abrió la tarde y detuvo el mundo. Lo hizo con una verónica de las que ya no se ven, de las que ya no se esperan. Una verónica con esa quietud que no se improvisa, que se construye con años de verdad y con una convicción que no necesita exageraciones. Toreó con la profundidad de los antiguos y la cadencia de los poetas. Su capote bailó al ritmo que él impuso, y no al que marcaba el toro. Fue una danza, una ceremonia que pocos pueden entender y menos aún ejecutar. Luego vino un inicio de faena por bajo que fue sencillamente prodigioso: templado, firme, mandón. De los que ponen las cosas en su sitio sin necesidad de levantar la voz.

Y a partir de ahí, Morante se convirtió en artista, en pintor, en escultor de una faena tan única como intransferible. Un conjunto hilado con detalles pintureros, con remates surrealistas, como si Dalí se hubiera metido en el cuerpo de un torero. Lo que hizo por el derecho fue una construcción sólida, medida, sin alardes ni urgencias. Porque la grandeza no grita, se impone en silencio. Por el izquierdo, el toro se tornó incierto, mirón, incluso con peligro. Pero ahí también brilló el genio: Morante le robó muletazos que parecían imposibles, naturales que helaban la sangre, pasajes de una armonía que erizaban la piel. Toreó con el pulso, con la esencia, con eso que no se enseña ni se aprende. Se es o no se es.

Siguió por la diestra, por donde sumó naturalidad, ligereza sin superficialidad, y finura en cada remate. Todo fue sentido, cada pase tuvo alma. La estocada, contraria, hizo que el toro tardara en doblar, y la oreja que se pidió no fue concedida. Da igual. Hay tardes donde el premio está en los tendidos, en la emoción generada. Morante no necesita trofeos, porque pertenece a otra liga, a otro plano. Toreó ayer como torean los elegidos. Como torean los que hacen del arte una rebelión.

Y luego, se apagó la luz.

Alejandro Talavante intentó encenderla con su primero, “Campaneo”, de 551 kilos, también de Garcigrande, pero el toro no dijo nada. Pasaba sin molestar, sin empujar, sin emoción. Talavante lo intentó con muletazos sentidos, muy pulsados, pero la faena se fue desinflando como un globo herido. No hubo ligazón, ni chispa, ni alma. Una faena que se quedó en esbozo, en intención sin materia, en sombra sin cuerpo. La segunda oportunidad no fue mejor. En su segundo, quiso estirarse ante los olés del público, sobre todo por el pitón izquierdo, pero la embestida era corta, defensiva, descompuesta. Lo cambió al derecho, buscó terrenos, buscó altura, pero no hubo nada que encontrar. Fue una faena estéril, como hablarle a una pared. Talavante, sobrio y serio, decidió abreviar. Lo pasaportó con dignidad, y se fue sin ruido.

Tomás Rufo, por su parte, fue víctima de la nada. Su primero, “Escultor”, de 560 kilos, fue brindado con entusiasmo a Isabel Díaz Ayuso. Lo que vino después fue una faena sin pulso, sin sitio, sin verdad. Por el izquierdo lo intentó, por el derecho no encontró nada. Rufo no halló ni la distancia ni la cadencia. Toreó sin acoplarse, sin que pasara nada. Ni emoción ni drama. Su segundo fue más de lo mismo. Lo saludó con formalidad, lo tanteó por abajo, lo llevó a los terrenos del siete, pero el toro no ofrecía materia prima para construir nada. Muletazos sueltos, alternancia de pitones, pero sin historia, sin eco. Una tanda al natural quiso levantar el tono, pero fue un intento tan digno como estéril. El sexto fue un toro sin alma y Rufo, por más que insistiera, no logró conectar con los tendidos. Mató con acierto. Eso sí. Pero poco más.

Así fue la tarde. Una faena —una sola— justificó todo. Porque cuando torea Morante, se justifica incluso el fracaso ajeno. Todo lo demás puede pasar desapercibido si, como ocurrió ayer, un hombre es capaz de pintar con el capote y esculpir con la muleta. Lo de Morante fue arte puro, y todo lo demás apenas fue trámite. La diferencia no solo fue de calidad. Fue de dimensión.

La nota: Ayer, ese genio tuvo nombre. Y, una vez más, fue Morante.


Ficha del festejo

Plaza de Toros de Las Ventas (Madrid).
Tradicional Corrida de la Prensa.
Decimoséptima de abono de la Feria de San Isidro 2025.
Lleno de “No hay billetes”.

Toros de Garcigrande, bien presentados, aunque de juego desigual.

  • Morante de la Puebla, ovación con fuerte petición de oreja tras aviso y división de opiniones en su segundo.
  • Alejandro Talavante, silencio en ambos.
  • Tomás Rufo, silencio tras aviso en ambos.

Cuadrillas: Bien en varas y en la brega la cuadrilla de Morante. Destacó la lidia de Curro Javier.

Incidencias: Se rindió homenaje a la prensa taurina con motivo de la tradicional Corrida de la Prensa. Brindis al tendido de Tomás Rufo a Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid.