El Senado de la República ha tenido presidentes de la Mesa Directiva de todo signo político, con luces y sombras, con aciertos y errores. Pero pocos, quizá ninguno, han dejado una huella tan negativa como la que hoy imprime Gerardo Fernández Noroña. Su gestión, lejos de contribuir al equilibrio, la prudencia y la institucionalidad que requiere el Poder Legislativo, se ha convertido en un espectáculo de confrontación permanente, insultos y agresiones verbales.
Noroña se ha caracterizado siempre por ser un agitador, un golpeador político incapaz de construir consensos. Lo que antes denunciaba con vehemencia, ahora lo practica con cinismo. Ha convertido la presidencia del Senado en un púlpito para descalificar y humillar a sus compañeros y compañeras senadoras. Sus enfrentamientos con legisladoras como Lilly Téllez, cargados de violencia verbal y ofensas personales, exhiben la intolerancia de quien no ha entendido que la pluralidad es la esencia de la democracia.
Un presidente sin autoridad moral
Más grave aún resulta que Noroña ejerza la presidencia de la Cámara alta arrastrando señalamientos de corrupción. Ahí está el caso de la residencia en Tepoztlán, valuada en más de 12 millones de pesos, construida en terrenos comunales adquiridos de manera irregular. Una propiedad sin escrituración, sin créditos hipotecarios como él presume, que levanta dudas legítimas sobre el origen de los recursos y la legalidad de la operación. En cualquier democracia madura, un legislador con semejantes cuestionamientos no podría ni aspirar a un cargo de representación interna.
La antidemocracia en carne propia
Fernández Noroña se ha convertido en lo que durante años dijo combatir: un político abusivo, soberbio, instalado en la lógica del poder absoluto. Lejos de arbitrar, exacerba; en vez de conciliar, provoca; en lugar de fortalecer al Senado, lo degrada. Su estilo pendenciero y su desprecio por la civilidad parlamentaria lo colocan ya como uno de los peores presidentes de la Mesa Directiva en la historia reciente del Senado mexicano.
El costo de la degradación
La democracia no se fortalece con gritos ni con insultos. Se construye con respeto, diálogo y acuerdos. Hoy, el Senado paga el costo de tener a un dirigente que representa la antítesis de esos valores. Qué diferencia con la forma en que fue despedido de la Mesa Directiva del Senado Eduardo Ramírez, hoy gobernador de Chiapas, quien fue reconocido ampliamente por todos los partidos políticos al concluir su función. Gerardo Fernández Noroña ha reducido la institución a un campo de batalla personal, dañando no sólo la investidura de la presidencia del Senado, sino la dignidad de la República. Nadie lo va a extrañar.




