¿Ocaso de una tradición o llamado a reinventarse?

La tauromaquia mexicana enfrenta crisis por cambio generacional, activismo animal y restricciones legales. ¿Podrá adaptarse?



La tauromaquia en México, arte arraigado en la tradición y la historia, atraviesa un declive que no puede ignorarse. Lo que alguna vez fue un espectáculo que llenaba plazas y encendía pasiones hogaño lucha por mantenerse relevante en un país que evoluciona culturalmente, socialmente y políticamente.

Desde la Plaza México, ícono del toreo mundial, hasta las corridas de provincia, las señales de retroceso son evidentes: asistencias menguantes, críticas crecientes y un marco legal cada vez más restrictivo. Pero, ¿qué ha llevado a esta crisis? La respuesta no es sencilla, pues el declive responde a una confluencia de factores que reflejan los cambios en la sociedad mexicana.

El primero y más evidente es el cambio generacional. Los jóvenes, especialmente en áreas urbanas, muestran un desinterés creciente por la tauromaquia. En un mundo dominado por el entretenimiento digital, las redes sociales y eventos deportivos de alto impacto mediático, las corridas de toros no logran conectar con las nuevas audiencias.

Para muchos millennials y centennials, el toreo es percibido como un espectáculo anacrónico, desconectado de sus valores y prioridades. La sensibilidad hacia los derechos de los animales, impulsada por movimientos globales, ha calado hondo en México. Algunas han capitalizado este sentir y promueven campañas que cuestionan la ética de un espectáculo en el que se percibe sufrimiento animal.

A esto se suma el embate legal. En los últimos años, la tauromaquia enfrenta prohibiciones parciales y debates judiciales en varios estados. En 2022, un juez suspendió indefinidamente las corridas en la Plaza México, decisión que, aunque revertida en 2023, evidenció la fragilidad legal del espectáculo. Estados como Sinaloa, Guerrero y Coahuila han prohibido las corridas, mientras que en otros, como Querétaro, se han restringido las corridas infantiles.

Estos reveses legales reflejan un cambio en el sentir social y político en el que legisladores y activistas ven en la tauromaquia un blanco fácil para ganar simpatías en un electorado cada vez más sensibilizado.

Económicamente, la tauromaquia también enfrenta retos. Organizar una corrida implica costos elevados: desde la crianza de toros de lidia hasta el mantenimiento de plazas y los honorarios de toreros, ganaderos y cuadrillas. Sin embargo, la taquilla no siempre compensa. La asistencia a las plazas ha disminuido, y los elevados precios de los boletos desalientan a un público que enfrenta otras prioridades económicas.

La pandemia de COVID-19 agravó esta situación, al suspender eventos y reducir el poder adquisitivo de los aficionados. Mientras tanto, los patrocinios, que alguna vez sostuvieron grandes temporadas, son cada vez más escasos, pues las marcas evitan asociarse con un espectáculo que genera controversia.

Otro factor es la falta de renovación en el espectáculo. La tauromaquia no ha sabido adaptarse a los tiempos modernos. Salvo excepciones, como los esfuerzos de algunos toreros por usar redes sociales para acercarse a nuevos públicos, la fiesta brava sigue anclada en formatos tradicionales que no resuenan con las nuevas generaciones. La ausencia de figuras carismáticas, como lo fueron en su momento Manolo Martínez o Eloy Cavazos, también pesa. Los toreros actuales, aunque talentosos, no logran captar la atención mediática en un país en el que el futbol y otros deportes dominan la narrativa.

Por último, no podemos ignorar el contexto cultural. México vive un momento de revaloración de su identidad en el que tradiciones como la tauromaquia, heredada de la colonización española, son cuestionadas. Para muchos, no representa la esencia del México moderno, sino un vestigio de un pasado que choca con los valores de una sociedad que prioriza la sostenibilidad y el respeto por la vida animal.

Sin embargo, no todo está perdido. La tauromaquia aún tiene defensores apasionados, ganaderos comprometidos y una base de aficionados leales. Su supervivencia dependerá de su capacidad para reinventarse: tal vez explorando formatos menos cruentos, con inversión en educación sobre su valor cultural o atraer a nuevos públicos con estrategias innovadoras.

La pregunta no es solo por qué la tauromaquia está en declive, sino si quienes la aman están dispuestos a adaptarla para que sobreviva en un México que ya no es el mismo.