La tauromaquia en México, arte de cinco siglos que entreteje pasión, valentía e identidad, agoniza bajo el peso de una prohibición disfrazada.
La reforma en la Ciudad de México, que prohíbe herir o matar toros y reduce la lidia a un insípido espectáculo de diez minutos sin banderillas ni espadas, no es un intento de modernización, sino un golpe mortal a la Fiesta Brava.
Este ritual, patrimonio cultural en estados como Aguascalientes y Tlaxcala, genera millones de pesos y miles de empleos, pero las autoridades prefieren ceder a la corrección política que defender nuestra historia.
Quienes aplauden esta medida, bajo la bandera del bienestar animal, caen en una hipocresía flagrante. Condenan el sufrimiento del toro en la plaza, pero callan ante los millones de animales hacinados y sacrificados en mataderos industriales, sin la dignidad de un rito que exalta la bravura.
Prohibir la tauromaquia mientras se ignora esta crueldad masiva no es sensibilidad, es postureo selectivo. ¿Acaso un toro de lidia, que vive libre en el campo, merece menos consideración que un cerdo enjaulado? La incoherencia de los antitaurinos es tan evidente como su desdén por nuestra cultura.
Peor aún, las autoridades traicionan el espíritu de un México que presume diversidad. Al imponer esta versión descafeinada de la tauromaquia, no solo despojan al espectáculo de su esencia, sino que desprecian a los ganaderos, toreros y aficionados que ven en la plaza un reflejo de identidad.
Esta reforma no concilia, destruye. Es un guiño a minorías ruidosas que no entienden el valor de un arte que trasciende el tiempo.
Si esto sigue, el toro de lidia podría extinguirse para 2027, y con él, un pedazo de nuestra alma nacional.
La tauromaquia no es solo un espectáculo, es un derecho cultural. Estados como Sonora, Michoacán y ahora la capital han cedido al chantaje antitaurino, y el riesgo de una prohibición nacional crece.
Exijamos que se respete esta tradición antes de que sea un eco del pasado. Si no alzamos la voz, el sonido del toro en la plaza será silenciado, y con él, una parte de lo que nos hace mexicanos.




