El Cambridge Dictionary eligió “parasocial” como palabra del año que concluye. El término describe un vínculo afectivo que desarrolla unilateralmente una persona con alguien famoso. El concepto surge en la segunda mitad del siglo XX para comprender la relación entre las personas y presentadores televisivos y es desempolvado por especialistas para nombrar la actualización del fenómeno, pero ahora con artistas e influencers que provienen del smartphone.
En los años de la televisión dominante, familias completas se reunían frente al aparato. Un presentador acompañaba el desayuno, una actriz visitaba la sala cada tarde, un comentarista cerraba la noche con su editorial. Investigadores y expertos utilizaron “parasocial” para describir ese lazo afectivo con figuras que parecen tan familiares que aunque permanecían fuera del hogar físico, ocupaban un lugar estable dentro de la dinámica interior del hogar.
La radio, por ejemplo, también fortaleció este tipo de presencia. Locutores con timbres inconfundibles acompañaban trayectos, labores domésticas y vigilias nocturnas. El cine añadía rostros gigantes y gestos detallados en salas oscuras. La relación parasocial servía para retratar conexiones que combinaban distancia física, cercanía imaginada y confianza acumulada a través de apariciones reiteradas. La audiencia encontraba compañía, consuelo y orientación en personajes que parecían vivir dentro de la misma casa.
La llegada de internet abrió otro capítulo. Foros, blogs y comunidades virtuales permitieron que los públicos se organizaran alrededor de series, bandas, causas políticas y aficiones específicas. La aldea global adquirió estructura emocional. La relación parasocial incorporaba mensajes directos, comentarios, correos y respuestas que el público recibía como señales personales. El vínculo incluía participación activa, creatividad compartida y una sensación de copropiedad sobre las historias.
El gran giro llega con las plataformas gobernadas por algoritmos de recomendación. El entorno digital, ahora, se convierte en un sistema que aprende de cada gesto, registra tiempos de atención y ajusta el flujo de contenidos a estados de ánimo cambiantes. Videos breves, transmisiones, clips y pódcasts forman una corriente de presencia constante. La figura pública entra al despertar, acompaña el trayecto, aparece en pausas laborales y cierra la noche. Esa continuidad alimenta vínculos parasociales intensos y, en ocasiones, peligrosos.
En ese punto aparece una paradoja central. El algoritmo fabrica un fandom íntimo que cada persona interpreta como círculo pequeño y casi exclusivo. Sin embargo, la plataforma conecta, al mismo tiempo, a millones dentro de esa misma sensación. La aldea global se organiza alrededor de algoritmos que generan pequeños templos emocionales en los que cada gesto del creador refuerza pertenencia, orgullo y sentido de comunidad.
Detrás de este fenómeno se reconoce un impulso antiguo. Las sociedades humanas construyen significado a partir de relatos y personajes que encarnan valores, temores y deseos colectivos. Durante siglos, esos relatos circularon en plazas, templos, escuelas y periódicos. La era digital traslada gran parte de esa función hacia creadores que combinan análisis, confesiones, humor y consejos prácticos. Sus historias ayudan a ordenar la experiencia diaria y a reducir la sensación de caos que genera un flujo informativo incesante.
Alrededor de estos vínculos florecen comunidades densas. Grupos que comparten códigos, playlists, humor y una forma particular de interpretar la realidad. Taylor Swift, BTS, Justin Bieber, Ariana Grande, Bad Bunny pueden constituirse como algunos de los artistas con los fandoms más grandes; pero existen otros niveles de ídolos con los que el usuario genera una relación.
Que la palabra “parasocial” renazca y resuma el año 2025 permite poner foco en la actualización del fenómeno que puede ser en algunas veces peligroso. El presente digital entrega una versión intensa de este vínculo: una compañía continua, íntima y global que guía conversaciones, genera códigos, moldea aspiraciones y configura buena parte de la vida interior de millones de personas para bien y para mal.

La sociedad del algoritmo 


