Rubén Moreira Valdez
Cada año, por estas fechas, aparecen en las librerías pilas con los éxitos del último Nobel de Literatura. Es “buena onda” salir con varios en la mano y con un poco de suerte comentar a los amigos, con cara de interesante, el avance en la lectura de uno de ellos.
Han Kang es la escritora de moda, coreana y una de las más jóvenes ganadoras de la presea. Dueña, eso dicen los que saben su idioma, de una prosa impecable.
En estos días pasaron por mis manos: “La vegetariana” y “Actos Humanos”, dos sorprendentes textos, el primero con un final inesperado y el segundo con la narración de una tragedia que se repite por todo el mundo: la banalidad del mal y la tentación del autoritarismo.
En texto de José Ramón Ayllón hay una frase que resume la paradoja de la humanidad. “Estamos obligados a elegir, pero no tenemos la seguridad de acertar. Por eso hemos inventado la música de cámara y la cámara de gas“.
Actos humanos, historia de la masacre de Gwangju, contiene párrafos tan sugerentes como los siguientes:
“¿Es el hombre un ser cruel por naturaleza? … ¿Lo de la dignidad humana es un engaño y en cualquier momento podemos transformarnos en insectos, bestias o masas de pus y secreciones?”.
“Me dijo que habían recibido la orden de reprimir … Que el alto mando recompensó con un premio monetario a los soldados que se comportaron de manera especialmente cruel. Añadió que un compañero le dijo algo así como: ‘¿Qué tiene de malo? Nos ordenan que golpeemos a la gente y hasta nos pagan por ello, ¿Por qué no íbamos a hacerlo?'”.
Hannah Arendt nació judía y alemana. Ya estadounidense, murió a los 69 años en Nueva York. La mató un infarto mientras cenaba, nada extraordinario para alguien que fumaba como chacuaco.
“Eichmann en Jerusalén” es su libro más famoso y controvertido. Sin disculpar la conducta del terrible asesino que fue juzgado por el Estado de Israel, llegó a la conclusión de que hay una banalidad en el mal y que los humanos somos capaces de cometer los peores crímenes bajo el argumento de cumplir órdenes o acatar una ley.
En el texto reproduce una respuesta del general Jodl en los juicios de Núremberg: “no era misión del soldado ser juez de su comandante supremo. Esta es una función que corresponde a la Historia, o a Dios en los cielos“.
En espera del próximo Nobel tengo en fila “La clase de griego” de Kang y “Amor sin mundo” de Miquel Esteve, la última, una novela sobre Heidegger y su relación con Arendt. Al primero le perdonaron su cercanía con los nazis y a la segunda le cuestionaron su descripción y opinión sobre el juicio a Eichmann. Era judía, inteligente y mujer, el otro: su amante.