Presupuestos y futbol de estufa

La discusión de los presupuestos públicos exige menos consignas ideológicas y más análisis informado, reconociendo que no existe un modelo único ni infalible.


JESÚS VACA

Como cada final de año, entramos en una de las temporadas más intensas de la política pública: la discusión de los presupuestos de egresos.

Y como también es costumbre, el debate suele contaminarse de posiciones radicales y de consignas ideológicas que tienen más de pasión que de análisis económico y social. Se habla de presupuestos como si existiera una sola respuesta correcta, cuando la realidad es bastante más compleja.

En principio, así como los equipos tienen objetivos en función de sus recursos y de la liga o del torneo en el que estén compitiendo (ganar títulos, calificar a liguilla, mantener la división, lograr el ascenso), los gobiernos también tienen distintos objetivos en función de su realidad y de factores macroeconómicos externos (reactivar la economía, aguantar una crisis sanitaria, atraer inversión extranjera, negociar con Estados Unidos), pero siempre velando por principios rectores como el desarrollo, el progreso y el bienestar social.

Para ello, los gobiernos cuentan con herramientas como la política fiscal y, dentro de ella, con el gasto público. A través del presupuesto, los gobiernos deciden cómo utilizar sus recursos para influir en los mercados. Pero esas decisiones no son neutras: reflejan preferencias ideológicas y maneras de resolver los diagnósticos sobre el presente y el futuro del país.

Hay gobiernos más intervencionistas, otros más liberales. El problema aparece cuando olvidamos que no existe una fórmula mágica ni un manual universal que garantice el éxito.

Hay múltiples caminos para llegar a la meta, y cada uno implica costos, riesgos y beneficios distintos. La discusión presupuestal debería centrarse en evaluar argumentos, evidencia y objetivos, no en descalificar cualquier enfoque distinto al propio.

En el futbol, y en cualquier deporte, todo equipo enfrenta un presupuesto limitado. Incluso los clubes más ricos deben decidir cómo asignar sus recursos.

Y en el llamado futbol de estufa, antes de cada torneo, escuchamos las mismas discusiones: ¿reforzar la delantera o blindar la defensa?, ¿pagar salarios exorbitantes a figuras consolidadas o invertir en fuerzas básicas?, ¿apostar por estrellas mediáticas o por un sistema colectivo sólido?

La historia muestra que no hay una sola receta ganadora. Hay equipos de época de todo tipo. El Barcelona de Pep Guardiola, el Brasil campeón de los noventa o el Toluca de José Saturnino Cardozo apostaron por una ofensiva dominante.

Otros construyeron su éxito desde la defensa: la Italia campeona del mundo en 2006, el Atlas bicampeón de Diego Cocca o el Inter de José Mourinho.

También existen proyectos exitosos basados en el equilibrio y la estructura colectiva: el América tricampeón de André Jardine, la generación de España que dominó Europa y el mundo hace poco más de una década, o incluso el PSG reciente en su etapa más ordenada.

¿Cuál fue el mejor modelo? Todos y ninguno al mismo tiempo. Cada uno respondió a un contexto, a un plantel, a una liga y a un momento específico. Pretender que sólo uno tiene la razón es desconocer la complejidad del juego.

Lo mismo ocurre con los presupuestos públicos: asignar más recursos a inversión, a programas sociales, a seguridad o a educación no es, por definición, correcto o incorrecto. Depende de objetivos, diagnósticos, recursos y factores externos.

En este sentido, independientemente de nuestras preferencias o ideologías, vale la pena cerrar el año con una reflexión: el país necesita menos consignas políticas y más discusión informada.

Nuestros representantes deben elevar el nivel del debate público: con datos, argumentos técnicos y sólidos, y sobre todo apertura.

Ojalá que en este cierre de año estemos dispuestos a debatir los presupuestos con la misma pasión, pero con mucho más análisis, seriedad y tolerancia.