MARTÍN AVILÉS

Foto: Facebook Raúl Alcalá

A Raúl Alcalá le apasionaba el beisbol, tanto que en sus sueños se visualizaba atrapando una pelota con la manopla. Pero una mañana decidió inscribirse a una carrera de bicicletas en la Colonia Madero, en Monterrey, y la ganó. Así comenzó la leyenda del más grande ciclista mexicano de la historia, ese que vistió el maillot blanco en el Tour de Francia y retó a la leyenda española, Miguel Induráin.

Alcalá Gallegos pedaleó y pedaleó. Y siguió pedaleando. Nada lo detuvo desde que encontró en su bicicleta esa inspiración para despertar cada en busca de superarse a sí mismo. Descubrió que tenía una genuina cualidad para subir montañas, por lo que adonde fuera su destino, sobre todo, en las pronunciadas colinas de la capital regiomontana, iba en bicicleta para practicar.

Siempre que podía buscaba información sobre Radamés Treviño, ganador de dos platas y un bronce en los Juegos Centroamericanos de 1967, con quien se identificó al ser paisano suyo y compartir la misma pasión por el ciclismo. La obsesión de Alcalá por la bicicleta fue tal que creció a pasos agigantados en la disciplina y tuvo el privilegio de representar a México en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, donde finalizó en la posición 11 con tan solo 20 años.

Era una época de luz para México en el ciclismo. Si bien, no existían grandes exponentes de este deporte, había una pasión generalizada en la población generada por el amplio abanico de carreras que existía en aquel entonces. La Vuelta México, Vuelta a Chiapas y Vuelta a Baja California, eran algunas de las más representativas, por lo que equipos extranjeros llegaban por racimos al territorio nacional para elevar su nivel. Pero tras esfumarse, la afición por el ciclismo se apagó hasta casi extinguirse.

“Afecta mucho (que estas carreras no existan ya), es parte del calendario que debería tener la Federación Mexicana de Ciclismo, el tener una gran vuelta en tu país y que vengan grandes ciclistas internacionales”, lamentó Alcalá en charla con Ovaciones. “Un presidente debería tener contactos, amistades abiertas para poder ayudar a todos los ciclistas. Es algo que nunca ha habido, ese enlace para que se le brinde lo mejor a todos los ciclistas. Por eso se pierden al no tener esas oportunidades”.

Raúl es el claro ejemplo de que esas oportunidades generadas por la presencia de grandes carreras en el país pueden derivar en el descubrimiento de joyas en bruto por parte de equipos de prestigio, como ocurrió en el año de 1986, cuando en la Vuelta a Baja California, los integrantes del equipo 7-Eleven quedaron atónitos al presenciar a uno de los jóvenes que encabezó el pelotón.

Alcalá finalizó tercero y en un parpadeo, ya forma parte de ese equipo en el Tour de Francia unos días después, convirtiéndose en el primer azteca en participar en una Gran Vuelta.

Al año siguiente, en 1987, Alcalá tuvo un crecimiento titánico al alcanzar a colarse en el Top 10 y consolidarse como el mejor exponente con menos de 25 años de la competencia, para así ganarse el honor de vestir el icónico maillot blanco con el logotipo de 7-Eleven negro en el pecho. Por años consecutivos, en 1989 y 1990, Raúl finalizó octavo en el Tour, por lo que logró colarse en tres ocasiones al Top 10, un hito sin precedentes y que jamás ha vuelto a suceder. Pero aún así, Raúl Alcalá no recibe los reflectores que otros grandes atletas mexicanos sí.

“La prensa y la gente conocedora del deporte. Después de 29 años no ha salido ningún otro ciclista de mi nivel. No se han hecho bien las cosas, no se ha trabajo bien, no hay oportunidad para los mexicanos. La gente siempre quiere sacar su beneficio y en segundo plano, o tercero, dejan al protagonista que es el ciclista. No les llegan las oportunidades a los jóvenes y el no tener una Federación está más complicado. No hay relaciones con la UCI. Llevamos más de 50 años sin un buen presidente de la Federación”, lamentó.

Más de dos décadas después del último Top 10 de Alcalá en Francia, el colombiano Nairo Quintana irrumpió en el ciclismo, al pasar de una vieja bici de montaña que compró su padre por unos mil 200 pesos mexicanos a ganar un Giro de Italia en 2014 y una Vuelta a España en 2016, además de dos segundos lugares en el Tour de Francia en 2013 y 2015. Un par de años después, proveniente de El Carmelo, cantón Tulcán, Carchi, Ecuador, Richard Carapaz logró adjudicarse el Giro en 2019 y triunfó en los Juegos Olímpicos de Tokio, donde dio a su país la primera medalla de oro de su historia. Dos historias de éxito de personas que surgieron de entre la pobreza para convertirse en leyendas.

“Con la reducción de kilómetros y gran avance que hay en tecnología, resurgieron los colombianos. Ahora los ciclistas son más delgados, más espigados, y por eso salieron muchos colombianos. Ahora es un ciclismo más ágil y con más horas de descanso. Por eso crecieron”, explicó el exciclista mexicano.

Pero ¿por qué si los sudamericanos y los mexicanos poseen una fisonomía similar y provienen de contextos sociales casi iguales, no se tienen los mismos éxitos? Para Raúl Alcalá, la respuesta es clara.

“Hemos tenido muy malos dirigentes de pantalón largo. Los ciclistas nos hemos protegido. Se nos olvida el trabajo que hacen los deportistas para tener un buen nivel profesional, y ya cuando estamos ahí, se nos olvida que el deportista es el protagonista, es el que se debe llevar todos los logros. No les dan la oportunidad. El ciclista necesitar estar corriendo todo el tiempo y la Federación no tiene un calendario, no les interesa. No hacen nada, los ciclistas les exigen apoyo y no les dan oportunidad. Por eso no tenemos un presidente en la Federación”, puntualizó.