LUIS WERTMAN ZASLAV
Puede ser que la vida sea una serie de nuevas oportunidades para hacer cada vez mejor las cosas. Al final de cuentas, la superación es una característica humana y, alrededor de ella, giran las emociones que nos ayudan a lidiar con los problemas cotidianos y encontrar los motivos que nos impulsan a seguir hacia delante. Nada, dicen, es tan bueno como una historia de redención, en la que él o la protagonista triunfa, a pesar de haber caído hasta el fondo. Aunque le tengamos desconfianza a las segundas partes, guardamos la esperanza de que aquello que alguna vez fue bueno, vuelva a repetirse.
Como país, hasta hace no mucho, estábamos acostumbrados a empezar de nuevo cada seis años y a prepararnos para que no hubiera estabilidad, ni continuidad, en la vida pública.
Durante varias décadas hicimos de la incertidumbre un elemento central de nuestro desarrollo social y luego nos volvimos pesimistas. Por fortuna, no nos desilusionamos y tomamos decisiones que hoy han provocado un cambio de época al que nos adaptamos, no sin obstáculos.
Conducirnos bajo reglas viejas en un entorno nuevo, hace que muchas de las instituciones que construimos antes se perciban rebasadas y los hábitos sociales que fuimos incorporando a nuestra forma de ser, hoy se aprecien fuera de lugar. A veces, parece que conviven dos sociedades al mismo tiempo. Una que lamenta con nostalgia el pasado y otra que está tratando de separarse lo más posible de todo lo que nos ocurrió.
El problema con esta supuesta división es que no logramos cerrar capítulos de nuestra historia social y por eso tampoco avanzamos hacia lo que debería seguir. Por supuesto que no debemos olvidar la historia, para no repetirla, pero en algún momento, todas las sociedades que han sufrido agravios deben continuar su camino, previa reparación social de los daños, en un acuerdo general que logre que podamos ver lo que viene y no quedarnos en lo que fue.
No creo que vivamos en el rencor, porque muy poco de lo que solíamos llamar realidad, ya fuera en lo económico, en lo social y en lo institucional, correspondía con la vida de la mayoría de las mexicanas y de los mexicanos de a pie. Tal vez, nos acostumbramos a que nada cambiara, o se simulara en algunas situaciones un avance, que hoy muchas personas se sienten amenazadas por bolas de humo, mientras otras aprovechan para tratar de dividirnos para su propio beneficio.
Lo cierto es que lo decidido mayoritariamente hace cinco años fue para hacer a un lado una forma de gobierno que no ya no cumplía con las expectativas de casi nadie y dejaba a los ciudadanos marginados de la toma de decisiones y de la participación ciudadana activa, que luego convertimos en desidia cuando tratamos cuestiones públicas, vecinales o comunitarias.
En una democracia no hay victorias y derrotas a expensas de la misma sociedad. Solo acuerdo de mayoría para que una idea de desarrollo prevalezca sobre otra. Eso no era lo que teníamos hace casi un sexenio, porque era una minoría la que lo decidía prácticamente todo y empleaba para su beneficio los recursos que debían destinarse a una población que apenas ahora recibe apoyos sociales que le permitieran subir su nivel de vida.
Podremos argumentar que no ha sido suficiente, y podría ser cierto; por eso es relevante dialogar sobre la conveniencia de seguir por el mismo camino y ampliar este enfoque de administración pública, de consciencia civil y de privilegio para aquellos segmentos sociales que siguen necesitando un impulso para desarrollarse, a fin de que se culmine con algo más que una transformación.
El país no llegó solo al punto en el que estábamos hace once años, ni en el que nos ubicamos hace cinco. Lo decidimos muchas y muchos ciudadanos. Sabíamos lo que implicaba y nuestras expectativas se depositaron en un cambio de rumbo. Esta primera etapa de una nueva época para México es el inicio de una posible redención de una sociedad que vivió de acuerdo con las circunstancias que se le presentaron, hasta que eligió otra dirección. Las siguientes, deberán concentrarse en consolidar lo ganado, cerrar heridas (reales o ficticias) y mirar hacia un futuro en el que los extremos nunca sean una opción de vida para nosotros.