¿Refundados o refundidos?

26, junio 2021

Se puede perder, pero cuando se pierde ataviado de privilegios y acorazado con cinismo en realidad no se pierde todo, es más, se podría decir que hasta se gana. Y cuando un partido político puede torcer sin recato alguno principios rectores, ideología, procedimientos para procesar el conflicto interno y de democracia interna a efecto de salvaguardar el interés de una cúpula que pregona con un discurso, pero que en realidad se apega a un plan personal para sobrevivir, poco queda entre las cenizas de aquellos que ingenuamente aún creyeron en esa opción de la política. No es raro que el Partido Revolucionario Institucional esté incapacitado para predicar con el ejemplo. Esa vocación de demócratas que resecó en sonoros discursos las gargantas de su dirigencia no es más que una fachada construida en arena que busca lavarles la cara a una burbuja que, ante los resultados electorales obtenidos, lo menos que podrían hacer por pundonor profesional, es presentar su renuncia a los cargos que tuvieron una responsabilidad a todas luces no cumplida. Pero más allá de las apreciaciones subjetivas que abrigan fobias, hay razones de peso apoyadas en números duros que pintan la catástrofe de cuerpo completo. El pasado 6 de junio, el partido tricolor obtuvo en términos gruesos 2 millones 715 mil 123 votos que se significan en un raquítico 5.5% de la votación total. El partidazo que llegara a gobernar a 42 millones de mexicanos hoy sostiene con las uñas el gobierno en tan solo 4 entidades federativas que representan 21.7% de la población. De un plumazo y justificado en la soberbia, la conveniencia de pocos y la cerrazón, el PRI perdió los 8 estados que estuvieron en juego en esta reciente elección y que eran gobernadas por ese partido político. En cuanto a la votación distrital, asido como una lapa a la inercia que le proporcionaría el aliarse con antagónicos del pasado, logró postular candidatos en 77 distritos en donde la dirigencia nacional pedía que fueran “guerreros” no de una causa ni de un instituto político, sino de una incondicionalidad tiránica personalizada en la figura del presidente del Comité Ejecutivo Nacional. Aquellos que serían obedientes del mandato llevarían de la mano a un dirigente nacional a convertirse en candidato a la presidencia de la república. Del cúmulo original de legionarios sólo lograron el cometido once. Sin embargo, el “agandalle” en la colocación de perfiles incondicionales en las ubicaciones de representación proporcional, los oscuros métodos para el aval de las decisiones que tendrían que honrar la democracia partidista, y el estilo único de supervivencia política que caracteriza al exgobernador de Campeche, permiten que hoy la fracción parlamentaria cuente con un séquito de cortesanos dispuestos a seguir la instrucción que podría implicar la venta de la dignidad y la traición al supuesto espíritu aliancista que amalgamó a las fuerzas políticas participantes en ese frente que tenderá a desmoronarse en lo legislativo. Basta entender la señal enviada por parte de la dirigencia nacional al nombrar de forma apresurada y sin la admisión de discusión, opciones o disenso, al nuevo coordinador parlamentario. Bien reza el dicho popular que la prisa no es elegante, y corrientada fue la que le propinaron a un hombre de solidez política incontrovertible como lo es René Juárez a quien maltratan con estas burdas formas de elección. Pero el mensaje hacia el poder que habita palacio nacional tenía que ser expedito: el señor presidente puede empezar a ver un aliado en el PRI al estar al frente del mismo un dirigente y un coordinador que genuflexionan asiduamente por el temor de que sobre su cuello caiga la espada afilada en sus propios pasados obscuros.

Ahí es exactamente donde radica lo contradictorio del momento actual priista. La relación de una dirigencia nacional con su bancada legislativa se debe concebir en el contrapeso y no en la complicidad. En la actual situación y con los tiránicos métodos de antidemocracia que prevalecen en el PRI, ese instituto político se está condenando a ser un servil satélite del poder público, aunque claro, eso colma de prebendas a una cúpula que hoy brinda por su sagacidad.

Los priistas no tienen más ruta que aprovechar la proximidad de la XXIII Asamblea General y empezar a pregonar con el ejemplo. Una dirigencia que actualmente es juez y parte no puede sostenerse por la proclividad a la traición y al favorecimiento selectivo que ella implica. Nombrar a una dirigencia provisional que instrumente lo necesario para la celebración de una Asamblea rica en discusión, donde de verdad prevalezca el carácter refundacional y se convenga un nuevo rumbo partidista, es no solo necesario sino vital para el priismo. De ahí, la convocatoria a la elección de una nueva dirigencia que sostenga con honor lo resultante sería la consecuencia. Pero eso parece que solo está en los cuentos infantiles en los que todavía creen los privilegiados tricolores, ¿o no?