La Plaza de Toros Nuevo Progreso, en Guadalajara, vivió la mejor entrada de lo que va de la Temporada Grande, reflejo de un ambiente inflamado por la promesa que ofrecía un cartel equilibrado y rematado. Fue una tarde en la que coincidieron tres momentos distintos de la tauromaquia actual: el retorno de Octavio García “El Payo”, la plenitud artística y mediática de Andrés Roca Rey, y el ascenso firme del joven Arturo Gilio, que ya conoce el triunfo en este mismo coso. Un mosaico generacional que convocó al público en una tarde cargada de expectativas que, en varios pasajes, encontró respuestas de auténtica emoción.
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Desde el paseíllo quedó claro que la afición tapatía aguardaba algo grande. La figura de “El Payo”, tantas veces vapuleado por la severidad local, fue recibida esta vez con un aire distinto, menos exigente y más dispuesto a reencontrarse con él. Roca Rey, en uno de los capítulos más sólidos de su temporada mexicana, llegaba con la responsabilidad de sostener la jerarquía en una plaza que lo ha arropado siempre. Y Gilio, con la frescura de una juventud sin complejos, buscaba reafirmar que su nombre ya empieza a escribirse sin diminutivos.
La corrida de Peñalba, sin embargo, no acompañó. Conjunto desigual, de fuerzas justas y transmisión escasa, obligó a los toreros a tirar de oficio, valor y recursos. Y es ahí donde el peruano se impuso, extrayendo triunfo donde casi no lo había.
El Payo: un reencuentro con su mejor versión
El primero de la tarde, “Misterio”, de 550 kilos, abrió la función con el sello clásico de la ganadería. “El Payo” lo saludó con verónicas cadenciosas, templadas, como si en cada lance buscara reconciliarse tanto con el toro como con el propio tendido. Tras brindar a la afición, construyó una faena de pulso sereno, llevando al astado con suavidad por el derecho, exigiéndole sin quebrarlo. El toro respondió apenas, mostrando nobleza pero falta de fuerza.
Cuando el queretano cambió al natural, la faena encontró su mejor partitura: profundidad, ritmo, una sensibilidad que recordaba sus mejores temporadas. La estocada se demoró por la tardanza del toro en doblar, sonó un aviso y, a pesar del esfuerzo, el premio no llegó. Pero algo importante quedó sembrado: la versión más honesta y honda de “El Payo” apareció en Guadalajara.
Roca Rey: jerarquía pura ante la adversidad
El segundo del festejo, “Soñador”, marcó el primer giro dramático de la tarde. El toro mostró debilidad y fue devuelto. En su lugar salió “Costurero”, un ejemplar sin entrega y de poca chispa. Pocas veces un torero de figura tiene que remar tanto para hacer estallar una faena, pero Roca Rey está acostumbrado a convertir la arena en territorio propio.
Desde el primer muletazo tiró de poder, inteligencia e instinto, alargando el trazo, imponiendo mando y personalidad. Cuando la faena parecía destinada a quedar en dignidad, el peruano subió el volumen. Inventó muletazos, provocó al toro y se puso delante sin reservas en un tramo vibrante. Un cierre por alto y un cambio de mano de cartel dieron forma al clímax. Tras un pinchazo hondo, cayeron dos orejas, recompensando la entrega.
El quinto, “Velador”, fue otro cantar. Toreó variado, brindó al público y construyó una faena de esfuerzo y cercanía, arrancando muletazos donde casi no había materia prima. El fallo con la espada privó de mayor premio.
Gilio: madurez pese a la espada
Arturo Gilio, con pocos años de alternativa, demostró por qué se le considera una de las cartas jóvenes más serias de México. Al tercero, “Báltico”, lo esperó a portagayola, gesto de temple. Tras un brindis a Roca Rey, hilvanó una faena creciente y profunda, especialmente al natural. La espada arruinó el premio.
El sexto, “Nopalero”, tampoco facilitó. Gilio construyó una faena de mérito, reconocida con palmas.
Al final, la historia tuvo un nombre propio: Andrés Roca Rey, que volvió a salir a hombros de la plaza donde ha firmado capítulos decisivos de su carrera en México. “El Payo” recuperó sensaciones de su mejor toreo y Gilio reafirmó su ascenso.

Foto: Germán Fernández 










