En 2025, ya no es excepcional que una computadora lea señales del cerebro humano. Lo que hasta hace poco parecía ciencia ficción se ha convertido en un campo activo de competencia entre startups, neurocirujanos, tecnólogos e inversionistas. La conexión directa entre el sistema nervioso y los circuitos digitales dejó de ser una posibilidad futura. Es una tecnología en marcha, con pruebas clínicas, millones de dólares en inversión y promesas que oscilan entre la restauración neurológica y la transformación cognitiva
Neuralink, la empresa fundada por Elon Musk, ha implantado su sistema en al menos cinco personas. Esos pacientes ya pueden controlar dispositivos externos mediante impulsos cerebrales. La compañía acaba de recaudar 650 millones de dólares para expandir sus ensayos y acelerar el desarrollo de nuevas herramientas que buscan restaurar funciones como la visión, la comunicación o el movimiento voluntario. Su ambición de largo plazo es clara: lograr una integración completa entre el pensamiento y el código.
Paradromics, una empresa emergente con sede en Austin, Texas, forma parte de esa misma carrera, aunque con un enfoque técnico distinto. En lugar de fijarse sobre la superficie cerebral o utilizar el sistema circulatorio como canal de entrada, su dispositivo -llamado Connexus– penetra el tejido cerebral directamente. El 14 de mayo, en una cirugía por epilepsia realizada en la Universidad de Michigan, el equipo médico insertó el dispositivo en el cerebro de un paciente, lo mantuvo por diez minutos y luego lo extrajo. Fue una prueba breve, aprobada por el paciente, sin fines terapéuticos, cuyo único objetivo era verificar si el implante podía registrar señales neuronales de forma efectiva. Lo hizo.
Connexus contiene cuatrocientas veinte microagujas que recogen señales eléctricas desde neuronas individuales. Esa cercanía permite una resolución mucho más alta que otros métodos, lo cual es crucial para tareas complejas como la decodificación del habla o el control de interfaces digitales mediante intención motora. No se trata de leer pensamientos abstractos, sino de interpretar señales vinculadas a acciones que el cuerpo ya no puede ejecutar, como hablar, escribir o mover una extremidad.
Paradromics busca ahora iniciar ensayos clínicos en personas con esclerosis lateral amiotrófica, lesiones medulares o parálisis. El objetivo es demostrar que Connexus puede restaurar funciones perdidas mediante una conexión directa entre el cerebro y dispositivos computacionales externos. La empresa también evalúa la posibilidad de implantar múltiples dispositivos en un solo paciente, lo que aumentaría la cantidad de datos neuronales disponibles y permitiría controlar más funciones simultáneamente.
Pero mientras los avances técnicos se acumulan, las preguntas éticas siguen sin respuesta. ¿Qué ocurre cuando la intención de mover, hablar o decidir se convierte en dato digital? ¿Qué derechos tiene una persona sobre sus señales cerebrales? ¿Qué riesgos existen cuando esa información es interpretada por sistemas externos? ¿Quién regulará el uso de estas tecnologías cuando dejen de ser médicas y se conviertan en comerciales?
Matt Angle, director ejecutivo de Paradromics, argumenta que si el cráneo de un paciente ya será abierto, el riesgo marginal de probar un implante es bajo. Es una justificación quirúrgica eficaz. Pero esa lógica técnica no responde a las implicaciones filosóficas de intervenir la mente humana con fines funcionales o comerciales.
La escena ya no es hipotética. Las empresas avanzan. Los quirófanos prueban. El capital fluye. Y mientras tanto, los marcos éticos y legales siguen sin definirse.
El cerebro está siendo conectado y con cada nuevo implante, lo que cambia no es sólo los padecimientos que se pueden resolver, sino el gran abanico de amenazas que se expanden con una instalación remota de nuestra consciencia en un corporativo privado.

La sociedad del algoritmo 


