Tarde triunfal en Aculco

“El Capea”, y Sergio Flores, a hombros en la corrida de feria



Foto: Manolo Briones

ACULCO.- La corrida en Arroyo Zarco ofreció una tarde variada, marcada por el contraste de estilos y momentos de sus protagonistas. Entre rejoneo y toreo a pie, la plaza vivió faenas construidas con oficio y temple, percances que pusieron a prueba la serenidad de los actuantes y destellos de inspiración que levantaron al público. Desde la apertura con “Guerrero” hasta el indulto del toro de regalo, la función dejó constancia de profesionales que saben adaptarse a cada circunstancia y, en algunos casos, de toreros que atraviesan un momento de plenitud.

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Abrió plaza “Guerrero”, de 475 kilos, un toro muy tardo de Arroyo Zarco que exigía, más que fuerza bruta, valor y conocimiento para pisarle los terrenos. Y ahí estuvo Emilio Cano, rejoneador que no se amilanó ante las dificultades. Lo recibió con dos rejones de castigo y, desde ese momento, comenzó a administrar con inteligencia cada embestida corta y medida del astado.

A pesar del escaso motor del toro, Cano supo extraerle partido sin forzar: acercándose con serenidad, clavando banderillas con determinación y construyendo poco a poco una faena que mantenía la atención del tendido. El momento más dramático llegó cuando, al colocar una al violín, su caballo resultó lastimado de la pata trasera derecha, obligando a recibir atención veterinaria inmediata. Sin embargo, ni ese contratiempo quebró la intensidad ni la disposición del rejoneador.

En el tramo final, Cano cerró con banderillas cortas, manteniendo la compostura y el temple, aunque falló con el rejón definitivo. Aun así, se retiró entre palmas, reconocimiento merecido para quien mostró oficio, serenidad y valentía ante un toro poco colaborador y un percance que pudo haber desdibujado la actuación. Fue, en suma, una apertura de festejo donde más allá del resultado numérico se dejó ver la calidad del rejoneador.

El segundo de la tarde fue un toro serio de Arroyo Zarco que encontró enfrente a un Pedro Gutiérrez “El Capea” sobrio y profesional, en plena campaña de despedida en los ruedos mexicanos. Lo recibió con verónicas de trazo limpio y templado, con el poso que da la experiencia.

Ya con la muleta, abrió con un molinete y después buscó el toreo por la derecha, sin olvidar dejar algún detalle al natural por el izquierdo. Fue una actuación variada y medida, sin excesos, en la que predominó la limpieza y el oficio por encima del lucimiento gratuito. Con el acero estuvo certero y rubricó una labor seria que el público reconoció con palmas.

El tercero de la tarde tuvo nombre propio: Sergio Flores. Desde el mismo saludo capotero dejó claro que venía inspirado, con una cadencia que pocas veces se ve y unas verónicas templadas que hicieron sonar las primeras ovaciones. No era un toro fácil; el de Arroyo Zarco acusó pronto su debilidad y comenzó a perder las manos. Ahí se separan los toreros de trámite de los toreros de verdad.

Flores entendió desde el primer momento la complejidad y el escaso motor del animal. Las opciones eran claras: llevarlo a media altura, con suavidad, cuidándolo para poder ayudarle a sostener la faena. Pero el tlaxcalteca no se limitó a aplicar una receta fría. Fue más allá. Con técnica depurada y oficio, pero también con sentimiento, buscó extraer cada gota de bravura de un toro que parecía no tenerla.

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En cada muletazo se veía su capacidad para leer y resolver, para alargar el trazo cuando era posible y acortar cuando el toro lo exigía. Y en ese pulso, terminó por romper por el izquierdo con naturales de enorme clase, largos, sentidos, dejando constancia de su sello más personal. No sólo toreó, impuso su autoridad con argumentos sólidos, basados en experiencia y temple, haciendo que la plaza vibrara con una obra construida a fuego lento.

El público, consciente del mérito de aquella faena, respondió con entusiasmo. Tras pasaportar de estocada entera, Sergio Flores cortó dos orejas, premio más que justo para quien supo hacer grande lo que en principio parecía pequeño. Una faena que confirma no sólo su momento, sino su condición de torero capaz de convertir las dificultades en triunfo.

El cuarto del festejo, “Siempre Hermano”, de 520 kilos de Arroyo Zarco, fue el segundo del lote de Pedro Gutiérrez “El Capea”. Se trató de un toro serio, con el que el torero pudo mostrarse con corrección en el capote, dejando lances con buen trazo.

En la muleta volvió a apostar por la variedad y buscó conectar con el público, aunque sin que la faena terminara de redondearse. Con la espada estuvo pesado, escuchó dos avisos y se retiró en silencio. Una actuación correcta pero sin brillo, que dejó constancia de su profesionalismo en una tarde de circunstancias adversas.

En el quinto del festejo emergió un Sergio Flores rotundo, poderoso y en figura. El toro, que había ido de menos a más, llegó a la faena de muleta con un comportamiento distinto al mostrado en los primeros tercios. Y ahí fue donde apareció la inteligencia y la entrega del tlaxcalteca: inició con doblones mandones para someterlo y, poco a poco, fue construyendo una faena de notable calado.

Lo que siguió fue una actuación entonada, de enorme mérito y determinación, en la que Flores no se conformó con lo que tenía delante, sino que metió al toro en la faena a base de mando y temple. Con recursos, experiencia y firmeza, consiguió que un ejemplar complicado rompiera y diera lo mejor de sí mismo.

Así, en un trasteo poderoso y lleno de verdad, Sergio Flores impuso su sello personal, demostrando por qué atraviesa uno de los momentos más sólidos de su carrera. Fue una obra de torero grande, de los que entienden y pueden con todos los toros, y que saben elevar una tarde cuando la materia prima no lo pone fácil.

Rotundo, Sergio Flores se mostró en el quinto del festejo. Tras un toro que fue de menos a más, construyó una faena poderosa y determinante desde los doblones iniciales. Con enorme mérito y mando, consiguió romper y meter al toro, imponiéndose. No tuvo suerte con el acero; escuchando además un aviso.

Para cerrar la tarde, Pedro Gutiérrez “El Capea” decidió regalar un toro de Arroyo Zarco, gesto que hablaba tanto de su compromiso con el público como de su propio deseo de dejar huella en su campaña de despedida. Y el obsequio no fue menor: se trató de un buen ejemplar con calidad en sus embestidas, que desde los primeros compases mostró temple y recorrido.

Ya con la muleta, “El Capea” apostó por una faena sólida y bien planteada, llevando al toro con mando y suavidad, sin obligarlo en exceso, aprovechando esa clase natural que ofrecía en cada embestida. Finalmente se concedió el indulto, poniendo un broche dorado a la tarde.

Ficha. Corrida de Feria en Honor a San Jerónimo. Lienzo Charro “Garrido y Varela”, de Aculco, Estado de México. Lleno absoluto. Tarde agradable. Toros de Arroyo Zarco, de juego variado. Emilio Cano, palmas. Pedro Gutiérrez “El Capea”, palmas y silencio tras dos avisos, e indulto en el de regalo. Sergio Flores, dos orejas y palmas tras aviso.