El pulso ancestral que no se extinguió: Ritual sagrado renace en el corazón de la antigua capital azteca

El evento se enmarca en las conmemoraciones por los 700 años de su fundación



Foto: Aracely Martínez

En el corazón de la gran Tenochtitlan, integrantes del Calpulli y Tlaquepaque de la danza de Luna Sochi Mesli celebraron su tercer aniversario con una ceremonia sagrada que coincidió con la veintena Wayteke Wilwit, dedicada a los maíces tiernos y a la deidad Shilonen. En el lugar se levantó un altar ceremonial o Talmanali, compuesto por flores, frutas, semillas y cantos, elementos fundamentales que, según explicaron, no solo honran a la tierra, sino que vibran con una intención sanadora.

El canto como medicina

La ceremonia comenzó con la participación del grupo de cantos Omanipuicas, quienes acompañaron desde el inicio con voces intencionadas en cada flor y semilla. Para los participantes, el canto es medicina. “Sanan desde la vibración. Son parte de la ofrenda”, explicó Shilón en Tlahuicole, una de las integrantes del colectivo. Aseguró que cada acto ceremonial —desde el montaje del altar hasta el canto— está cargado de energía viva, que transforma y fortalece.

36 horas de ofrenda

La ceremonia también fue parte de las conmemoraciones por los 700 años de la fundación de Tenochtitlan. “Estuvimos aquí 36 horas desde el 25 de julio por la mañana, levantando un altar que formó parte de uno de los círculos del pueblo mexica”, compartieron. Durante ese tiempo realizaron una velación, cantos nocturnos y rituales de agradecimiento, con la intención de mantener viva la memoria y el legado ancestral.

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2027, un nuevo ciclo

Los participantes explicaron que, según los códices, en 2027 culmina un ciclo que marca el retorno de conocimientos guardados desde la invasión europea. “Muchas familias conservaron danzas, cantos y medicinas por generaciones. Hoy están saliendo a la luz con más fuerza”, indicaron, al destacar la importancia de este momento histórico para recordar, compartir y honrar la raíz indígena de México.

Una forma de vida, no una religión

La ceremonia, insistieron, no pertenece a ninguna religión: es una forma de vida basada en el equilibrio y el respeto a la tierra, la identidad y el cuerpo. “Ofrendamos desde la dignidad. Subir a la montaña, danzar, cantar, todo eso nutre”, expresó Shilón. “Las puertas de los círculos están abiertas. Aquí nadie es espectador, todos son bienvenidos a integrarse”.

33 años de luna, tres de grupo

Aunque el Calpulli como tal cumple tres años, su historia se remonta a hace más de tres décadas. La danza de luna, liderada por la abuela Tonalmi, surgió hace 33 años en las faldas del Iztaccíhuatl, como un ritual exclusivo de mujeres que se realiza durante cuatro noches en octubre. Con temazcales, cantos y danzas, la ceremonia busca reconectar con la fortaleza interior. “Es un legado que sana, que fortalece y que se transmite con amor”, comentó Shilón.

Medicinas vivas

Shilón en Tlahuicole cultiva flores, plantas medicinales y maíz junto a su comunidad en Hidalgo. Nacida en la Ciudad de México, asegura que encontró en sus raíces la identidad y propósito que hoy guía su vida. “Lo que hacemos es medicina, belleza y agradecimiento. Nuestra piel, nuestro canto, nuestro maíz: todo es vida”, concluyó con una sonrisa.

Así, entre cantos, flores y danzas, los participantes recordaron que México nunca fue conquistado del todo. Porque donde florece la memoria, sigue latiendo la raíz.