En un momento de incertidumbre para la tauromaquia en nuestro país, con la Plaza de Toros México bajo una prohibición velada que limita los festejos taurinos y un panorama nacional cada vez más restrictivo, la urgencia de encontrar alternativas para mantener viva la pasión por el “Arte de Cúchares” se hace imperativa.
La reciente celebración de un festival taurino de lujo en el Cortijo Los Ibelles, en Atizapán, el pasado fin de semana, es un ejemplo de cómo los festejos privados pueden ser un refugio temporal.
Sin embargo, la propuesta más audaz y debatida surgió en las redes sociales: convertir a Tlaxcala en el nuevo epicentro taurino del país, una idea atribuida al matador de toros capitalino Luigi Mercury que, aunque polémica, merece un análisis sereno y profundo.
La sugerencia de Mercury, “hagamos de Tlaxcala nuestra nueva Plaza México”, ha generado opiniones encontradas. Es comprensible que, en el calor de la pasión y con la frustración de ver el coso de Insurgentes cerrado, se busquen soluciones inmediatas. Pero, pretender equiparar cualquier plaza con la Monumental Plaza de Toros México, la catedral del toreo americano con sus 78 años de historia y capacidad para más de 41 mil espectadores, es un exceso. La Plaza México no es solo un recinto; es un símbolo cultural, un punto de encuentro en el que han desfilado figuras legendarias como Manolo Martínez, Curro Rivera y Eloy Cavazos. Sustituirla es tan inconcebible como intentar reemplazar el Vaticano con una capilla.
No obstante, la propuesta de Mercury, más allá de su literalidad, abre una puerta interesante: posicionar a Tlaxcala como un oasis taurino para los aficionados de la Ciudad de México.
Este pequeño estado, cuna de una arraigada tradición taurina, demostró durante la pandemia de COVID-19 su capacidad de resiliencia. Mientras otras regiones se paralizaban, Tlaxcala fue pionera en la organización de festejos adaptados a las circunstancias, como corridas a puerta cerrada y eventos en espacios alternativos.
Municipios como Tlaxcala, Apizaco y Huamantla, con plazas emblemáticas, se convirtieron en faros de esperanza para la fiesta brava.
A diferencia de Aguascalientes, cuya sólida infraestructura taurina –con plazas como la Monumental de Aguascalientes y la San Marcos– está mayormente controlada por una sola empresa, Tlaxcala ofrece una diversidad de gestores y empresarios. Esta pluralidad fomenta una mayor variedad de carteles y propuestas, desde corridas formales hasta festivales con ganaderías de prestigio como Piedras Negras, una de las más antiguas de México fundada en 1848, o De Haro, reconocida por su bravura.
Además, la proximidad geográfica de Tlaxcala con la Ciudad de México –a tan solo dos horas de distancia– permite a los aficionados viajar y regresar en el mismo día, una ventaja práctica que Aguascalientes, ubicada a más de cinco horas, no puede igualar.
Sin embargo, la viabilidad de este “oasis tlaxcalteca” no depende solo de la voluntad de toreros y aficionados. La tauromaquia es un arte que requiere una inversión económica significativa, y son los empresarios los que asumen el riesgo financiero.
El costo de organizar una corrida en una plaza de primera categoría puede superar los 2 millones de pesos, según el cartel y la ganadería. Por ello, cualquier iniciativa para consolidar a Tlaxcala como un bastión taurino debe contar con el respaldo de empresarios dispuestos a apostar por la fiesta en un contexto adverso.
La idea de Tlaxcala como refugio taurino no busca reemplazar a la Plaza México, sino complementarla mientras se resuelven los obstáculos legales y sociales que enfrenta la tauromaquia.
Sería un deleite presenciar en tierras tlaxcaltecas a matadores de la talla de Joselito Adame o Diego Silveti, enfrentándose a toros de hierros legendarios.
Pero para que esta visión se materialice, se requiere un esfuerzo conjunto entre autoridades locales, ganaderos, toreros y empresarios.
Tlaxcala, con su rica tradición taurina y su espíritu innovador, tiene el potencial de convertirse en un faro de resistencia para la fiesta brava, que mantenga encendida la llama del toreo mientras la Plaza México lucha por recuperar su lugar.
Como siempre, el futuro del “Arte de Cúchares” dependerá de la pasión de quienes lo defienden y de la capacidad de adaptarse a los tiempos que corren.