Torre de Babel 2.0: la globalidad de la nueva comunicación digital

Con la popularización de TikTok, la preeminencia del video corto comenzó a inundar las redes sociales, desplazando la imagen y el texto a un segundo plano.



Con la popularización de TikTok, la preeminencia del video corto comenzó a inundar las redes sociales, desplazando la imagen y el texto a un segundo plano. No es que estos hayan desaparecido por completo, sino que han sido supeditados a un nuevo tipo de comunicación. Los avances tecnológicos son, en parte, responsables de los cambios sufridos en la comunicación de redes sociales, pero parece que también hay un trasfondo cultural que condiciona la comprensión y genera metatextos a través de los cuales compartimos y creamos códigos comunes, esta vez a nivel global.

Los primeros modelos de redes sociales privilegiaban el lenguaje escrito. Twitter, hoy conocido como X, se basó en el microblogging como estrategia comunicativa en tiempo real, centrada en mensajes cortos. En sus inicios, el número de caracteres era limitado, lo que obligaba a compartir ideas complejas y emociones de manera concisa, priorizando el instante sobre la riqueza del aforismo y los refranes populares. La propuesta se evaluaba no por la cantidad de letras, sino por su calidad estética y significativa, como demuestra el microcuento de Augusto “Tito” Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, que encierra una profunda certeza en su brevedad.

En un contexto donde la comunicación se fragmenta, similar a la Torre de Babel, estas breves expresiones trascienden barreras lingüísticas y culturales, ofreciendo unidad y comprensión. Valorar y reflexionar sobre ellas es fundamental para encontrar significado y conexión, sin dejar de aprovechar las herramientas del mundo digital. George Steiner nos recuerda en Después de Babel que:” El lenguaje es un código que guarda el secreto de las culturas y su supervivencia”.

El contenido era percibido como una lluvia de ideas que dependían de la palabra escrita, aprovechando sus posibilidades y cargando con sus limitaciones. Por un momento, el mundo, acostumbrado a los mensajes visuales de la hegemonía televisiva, volvía a ceder paso a la lectoescritura para interactuar en tiempo real.

En Facebook y otras redes sociales, basadas en el modelo del blog y microblogging, la escritura jugaba también un papel preponderante, pero el poder de la imagen era mayor. En sus orígenes, Facebook se parecía mucho más a Instagram: un álbum de la vida de sus usuarios que funcionaba impulsando la “extimidad”, es decir, convirtiendo los espacios privados en públicos, y añadiéndoles un poco de performática. La foto de la comida familiar o la tarde de películas en pijama siempre es un poco actuada y responde a los ideales de una intimidad ideal, no real. Hoy, Instagram es quien principalmente cumple esa función, aunque no ha desaparecido por completo de Facebook sobre todo entre los usuarios de generaciones anteriores a las crecidas y nacidas en los dos mil.

El poder de la imagen es fabuloso, porque las imágenes siempre son simbólicas. Nos remiten a significados diversos y comunican mucho más de lo que los autores creen estar comunicando. Cuando son vistas en conjunto, las imágenes son un buen testigo de los valores de una época, de las ideas sobre la belleza, lo grotesco, el estatus, la bondad o la maldad. Una imagen puede comunicar el “deber ser” y el deseo encubierto; en suma, en tan solo una imagen tenemos un universo de interpretación cuyas posibilidades se extienden más allá de los criterios estéticos, y son todavía mayores cuando carecen de la palabra, pues ceden a los millones de universos mentales que las asimilan.

El nuevo auge comunicativo que se decanta por el video tiene, en buena medida, pretensiones universalistas. Así como la imagen fija, el video es un conjunto de imágenes que, además, suele incluir sonido, música y palabras. Es común que se añadan subtítulos para superar las barreras del lenguaje, pero en numerosas ocasiones, el mensaje puede ser entendido sin necesidad de saber lo que el otro está diciendo. Así, recetas, tutoriales, visitas a lugares preciosos, poemas, miedos, ciencia, y toda suerte de mensajes pueden ser transmitidos más allá de las fronteras, a veces sin una sola palabra. La falta de palabras demuestra las posibilidades de comprensión en entornos comunicativos dispares, incluso completamente alejados entre sí, aunque el contexto juega un papel importante.

El discurso se asemeja, al igual que en la película Mi amigo Robot, a la forma en que las redes sociales utilizan mensajes visuales y sonoros que nos permiten comunicarnos sin palabras. Aunque resulta difícil imaginar una comunicación sin lenguaje verbal, los símbolos pueden resonar en nuestros universos internos, conectándonos de manera profunda. Así, las redes sociales están creando una nueva Torre de Babel que busca unificar lenguajes, trascendiendo las barreras culturales y sociales, y facilitando la comprensión en países como México, Grecia, India y Pakistán.

¿Será posible que la globalidad comunicativa nos lleve tarde o temprano a la reunificación? Parece que no es algo que sucederá a corto plazo. Lo que sí es cierto es que las redes sociales y los mensajes transmedia aprovechan su potencial simbólico como canal comunicativo, permitiendo acercamientos transculturales que en otros momentos de la historia serían poco probables, sobre todo por la enorme cantidad de personas que participan en tiempo real y la inconmensurable diversidad de realidades que encierran. Con todo, hay videos dando la vuelta al mundo y generando risas y llantos en China igual que en Rusia.

Hilo de telaraña. Lo dijo Benedetti en su poema “La torre de Babel”: Dios bajó y vio la torre, /Y al ver la torre/ Torció las lenguas, /Cambio los idiomas/ Y nadie se entendió;/ Solo se escuchó:/ Sea por Dios.